EL MILENIO GLORIOSO DE JESUCRISTO REY.
La cuestión del fin de los tiempos presentes y del retorno glorioso de nuestro Señor Jesucristo ha estado presente desde los mismos inicios de la era de la Iglesia. Jesús enseñó en varias ocasiones cuando sería la venida del Hijo del Hombre. Juan, su apóstol más amado, posiblemente el autor del libro del Apocalipsis, muestra como al diablo se le retiró la potestad de engañar a las naciones durante mil años hasta que, tras ser liberado, fue destruido por el mismo Dios. ¿Cuáles son las señales del fin?¿Cuándo retornará Jesús?¿cuando se producirá el milenio?¿qué ocurrirá tras esos mil años de reino de Jesús? En este breve trabajo se intentarán responder a tales interrogantes, intentando realizar una exégesis bíblica ajustada al tiempo y al contexto en que fueron redactados los libros que narran el fin del mundo.
I.
SEÑALES
DEL FIN.
En los tres Evangelios sinópticos se aprecia a Jesús describiendo las señales que anuncian acontecimientos terribles, previos a una nueva aparición. Son: Marcos 13; Mateo 24: 3-28 y Lucas 17:20-37) Jesús, sentado en el monte de los olivos, frente al majestuoso segundo templo levantado recientemente por el rey Herodes, enseña a sus discípulos que antes de que Él retornara ocurrirían eventos majestuosos como una gran tribulación que finalizaría con el asedio y destrucción de la Jerusalén terrenal. Tales señales se entrelazan con las visiones de Juan de Patmos que reflejó en el libro del Apocalipsis. En este trabajo sostenemos que Juan escribió durante las persecuciones desatadas contra la iglesia por el gobierno del césar romano Nerón (aproximadamente sobre el año 65 d.C) Analicemos el grado de cumplimiento de cada una de las mentadas profecías para estar preparados para lo que ha de acontecer.
Predicación del Evangelio a todas las naciones.
Antes de la venida del Hijo
del Hombre su mensaje de salvación debe alcanzar a todas las naciones de la
tierra. Jesús da ese mandato a sus apóstoles en la Gran Comisión (Mateo 28).
Afirma en su discurso escatológico: Pero
primero tendrá que predicarse el evangelio a todas las naciones (Mr 13:10;
Mateo 24:14)
En tiempos hodiernos el cristianismo sigue siendo la religión con más seguidores del mundo, extendiéndose la Palabra de Dios a cada día más naciones y traduciéndose la Escritura a idiomas minoritarios. Sin embargo, por acción de regímenes totalitarios o religiosos aún quedan millones de personas que no conocen el Evangelio del Señor Jesús. La señal parece indicar que, al menos, es preciso que cualquier aldea de cualquier país tenga acceso a la Palabra de Dios. Otros lo interpretan en el sentido de que es necesario que el mundo se convierta casi por completo al Evangelio. En cualquiera de los dos casos, vemos que esta señal aún está por cumplirse, pese a los notables avances.
Gran tribulación y juicio contra Jerusalén.
El
que esté en la azotea, no descienda a la casa, ni entre para tomar algo de su
casa; 16 y
el que esté en el campo, no vuelva atrás a tomar su capa. 17 Mas ¡ay de las que estén encintas, y de
las que críen en aquellos días! 18 Orad,
pues, que vuestra huida no sea en invierno; 19 porque
aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio
de la creación que Dios creó, hasta este tiempo, ni la habrá (Marcos 13:17-19)
Y oiréis de
guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que
todo esto acontezca; pero aún no es el fin. 7 Porque se levantará nación contra nación, y
reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes
lugares. 8 Y todo esto será
principio de dolores (Mateo 24:6-8)
Eusebio de Cesarea emplea la historia de la
guerra de los judíos de Flavio Josefo para relacionarla con el relato de las
señales del discurso del monte de los olivos de Jesús.
El principio de los dolores comenzó cuando por
causa del corrupto gobierno del procurador Gesio Floro, en el año 66, las
milicias judías atacaron y asesinaron a los ciudadanos romanos de Galilea y Judea.
Tal revuelta provocó la venganza sangrienta de Roma justo antes de que los
judeo cristianos de Jerusalén huyeran a Pela, recordando las palabras del Señor
Jesús de que se apartaran de Judea sin mirar atrás. La represalia romana no
llegó sino hasta el año 67 cuando el césar Nerón envió a Vespasiano, una vez a
salvo los judeocristianos. He aquí los sellados de Apocalipsis 7:
No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los
árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro
Dios.
El
número 144.000 es un número simbólico relacionado con las 12 tribus, remanente
santo del pueblo de Israel, que se mantuvo fiel al Dios de sus antepasados.
Estos
son los escogidos que Jesús salva de la destrucción:
Y
entonces enviará sus ángeles, y juntará a sus escogidos de los cuatro vientos,
desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo (Marcos 13:27)
Vespasiano
se apostó con las siguientes cuatro legiones pertrechadas para el combate: V
Macedónica, X Fretensis, XII Fulminata y XV Apolinaris, en la frontera de
Siria, junto al Éufrates, para aplastar sin piedad la revuelta.
Los
cuatro ángeles destructores de la Apocalipsis (Ap 9) estaban prestos a devastar
la región con pestes, hambrunas y muerte:
El sexto
ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de
oro que estaba delante de Dios, 14 diciendo
al sexto ángel que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están
atados junto al gran río Éufrates.
Una bestia de siete cabezas (como los siete
césares que a la sazón habían regido Roma) se eleva desde el mar, con gran autoridad,
demandando adoración y portando como nombre el número seiscientos sesenta y
seis. Tal nombre, como señala el teólogo Kennet Gentry podría ser la manera de
deletrear en hebreo el nombre de Nerón: NRWN QSR. La bestia ha sido herida,
fruto de la guerra civil subsiguiente al asesinato de Nerón que paralizó las
operaciones en Judea, mas se recupera y se sana con el ascenso al trono de
Vespasiano. La bestia persigue a los santos 42 meses, coincidiendo con la
persecución a los cristianos bajo Nerón desde noviembre del año 64 a junio del
68. Tal persecución fue anticipada por Jesús en los discursos arriba
mencionados. La bestia, Roma, ejerce autoridad sobre numerosas naciones.
Me paré
sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que tenía siete
cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus cabezas, un
nombre blasfemo. 2 Y
la bestia que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y su boca
como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande
autoridad. 3 Vi una de sus
cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló
toda la tierra en pos de la bestia, 4 y
adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la
bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También
se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad
para actuar cuarenta y dos meses. 6 Y
abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de
su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. 7 Y
se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le
dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación (Ap 13:1-7)
La gran ramera, subida encima de la bestia,
representa la Jerusalén terrenal, que, aliada con Roma, había asesinado al
Mesías. Jeremías 3 también relaciona la Jerusalén de su época con una mujer
fornicaria que había abandonado al Señor. Esta prostituta, engalanada con el
oro del templo, tenía las manos manchada con la sangre de los santos, pues los
judíos, no contentos con asesinar al Hijo, habían dado muerte a algunos de sus
seguidores como Esteban o Santiago. Frente a la Jerusalén terrenal, condenada y
abandonada, surge la celestial del capítulo 21, eterna e inmaculada.
Entonces
uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, y habló conmigo
diciéndome: Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que
está sentada sobre muchas aguas; 2 con
la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se
han embriagado con el vino de su fornicación. 3 Y
me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia
escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez
cuernos. 4 Y la mujer
estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas
y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y
de la inmundicia de su fornicación; 5 y
en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE
LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA. 6 Vi
a la mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de
Jesús; y cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro (Ap 17:1-6)
Los cálculos modernos ven el
número de muertos en la revuelta judía alrededor de un millón y medio. El
Jordán se tiño de sangre. El templo físico desapareció. No es casual que el
discurso de Jesús de esta señal del fin sea inmediatamente posterior al anuncio
expreso de la destrucción del templo de Jerusalén. Los discípulos le
preguntaron no sobre el fin de la tierra, sino sobre la destrucción del templo
y la devastación de la región. Preguntan, angustiados: ¿Cuándo ocurrirán estas
cosas? ¿Cuándo acontecerá el fin del siglo? (Mateo 24:3) Para ellos el fin la
destrucción del templo era el fin de su tiempo, del viejo pacto, de un mundo
viejo, en definitiva. “De cierto os digo,
que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Marcos 13:30) Y
aconteció 40 años después de tales palabras.
La visión preterista parcial,
sostenida por Kennet Gentry, asevera que Jesús y Juan anticiparon el juicio
destructivo de Dios contra la Jerusalén terrenal, representada por el Templo y
la casta sacerdotal que lo regía, por haber asesinado al Mesías, Jesús aproximadamente
treinta años antes. Cristo lo advirtió cuando afirmó que no pasaría esta
generación sin que tal tribulación se produjera. Ello se confirma si atendemos
al contexto en que fue escrito el libro de Apocalipsis: posiblemente sobre la
primera mitad de los años 60, coincidiendo con la persecución desatada por
Nerón contra los cristianos. El objetivo de Juan no es otro que lanzar un
mensaje de esperanza a los mártires cristianos, asegurándoles que el juicio
contra la prostituta de Babilonia (judíos) que provocó tanto daño a la iglesia
estaba próximo. Un juicio tan devastador que les impediría volver a levantarse.
La predicción se manifiesta certera si apreciamos las fracasadas tentativas de
erigir un nuevo templo en Jerusalén con Juliano y con los persas del 614. Dios
emplea a Roma, la bestia, como azote de la Jerusalén terrenal, como así hizo
con los asirios bajo Isaías y con los babilonios bajo Jeremías. El fin del
mundo tal y como lo conocieron los judíos se dio en el año 70 con la
destrucción del templo y la supresión de las leyes de sacrificios que surgieron
con Moisés aproximadamente en el año 1250 a.C. Mas este final inauguraba una
nueva época, una dorada donde el diablo fue encadenado con el triunfo del
Cristo: la era de la Iglesia. La esposa infiel ha sido sustituida por la esposa
fiel, la iglesia, preparada para las bodas del Cordero, el novio, el Hijo (Ap
19:7).
c)
Falsos
profetas para engañar aun a los elegidos (Mr 13:22). Durante el cristianismo primitivo del siglo I
falsos líderes se levantaron en el seno de la Iglesia para desviarla del
mensaje apostólico. Las cartas de Pablo ya advierten contra la tendencia
gnóstica doceta que niega le encarnación o la resurrección de los muertos (1
Cor 15:14). No solo los gnósticos se levantaron contra el Señor, sino también
las sectas judaizantes pretendían subyugar a los fieles con cargas ya superadas
(Gal 1:7). Pablo mismo sufrió los falsos profetas que intentaban denigrarlo (2
Cor 11:12-15) y presentaban a las iglesias griegas un Jesús distinto. Esta
señal, por tanto, ya fue cumplida, aunque por desgracia persiste a día de hoy.
Señales en los cielos.
Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, 25 y las estrellas caerán del cielo, y las potencias que están en los cielos serán conmovidas.(Mr 13:24-25).
Se oscurecerá el sol y la luna, caerán
del cielo las estrellas. Por lo cual
las estrellas de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se
oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor (Is 13:10).
Cuando Isaías empleó esta señal cósmica estaba refiriéndose a la caída de Babilonia, según el eminente teólogo y obispo anglicano de Durham, NT Wright. De esta manera, consideramos estas señales cosmológicas como una metáfora de la caída de Jerusalén y del viejo pacto por el rechazo judío hacia el Mesías.
Venida del hombre de pecado y rebelión (2 Ts 2:1-10)
Ahora bien, hermanos, en cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, primero tiene que llegar la rebelión contra Dios y manifestarse el hombre de maldad, el destructor por naturaleza. Este se opone y se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de adoración, hasta el punto de adueñarse del templo de Dios y pretenden ser Dios. Entonces se manifestará aquel malvado, a quien el Señor Jesús derrocará con el soplo de su boca y destruirá con el esplendor de su venida. El malvado vendrá, por obra de Satanás, con toda clase de milagros, señales y prodigios falsos. Con toda perversidad engañará a los que se pierden por haberse negado a amar la verdad y así ser salvos.
La venida del Anticristo se debe relacionar de nuevo con el fin del milenio “cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, 8 y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. 9 Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. (Ap 20:7-9)
Si consideramos que estamos en la época del milenio aún no se ha producido la venida del hijo de perdición. Es una señal pendiente de cumplirse. El Anticristo, controlado por Satanás, aún no ha sido liberado.
Conversión de todo Israel, tras la de los gentiles.
Pablo
en Romanos 11 señala que los gentiles son injertados al olivo bueno, del que
cayeron los judíos que rechazaron al Mesías y que constituían sus ramas naturales.
Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que
no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel
endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; 26 y luego todo
Israel será salvo, como está escrito:
Vendrá de
Sion el Libertador,
Que apartará
de Jacob la impiedad.
27 Y este será mi pacto con ellos,
Cuando yo
quite sus pecados.
28 Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de
vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres (Rom
11:25-28)
¿Quiénes son hoy día los judíos, enemigos del Evangelio, pero amados por la elección? Algunos sostienen que la promesa abarca a todos los judíos étnicos, hijos de Abraham por la sangre. Otros afirman que incluye a los practicantes de la religión judía hoy. ¿Tiene sentido, sin embargo, afirmar que un fiel practicante de la religión llamada judía está dentro del pacto que hizo Dios con Abraham a través de la circuncisión y con Moisés a través de la ley y del sacrificio ritual? Habida cuenta de que el núcleo del judaísmo del viejo pacto era la pureza ritual derivada del complejo sistema de sacrificios para acercarse a Dios y de que tal sistema fue destruido completamente en el año 70, sostengo que esta señal no puede referirse ni a los judíos étnicos ni a los religiosos hoy, pues su religión basada en un compendio de dichos de rabinos medievales, denominado Talmud por encima de la Torah o Ley, es distinta a la religión del viejo pacto a través de la Ley y del Templo.
¿Quiénes
son, por tanto, los amados por elección?
La
epístola a los Romanos fue escrita aproximadamente sobre el año 55 d.C. Once
años antes del inicio de la revuelta judía que acabó por cumplir el juicio de
Dios contra la pecadora Jerusalén, sede de la religión judía. Por tanto, para
Pablo en aquel entonces aún hay salvación para esos judíos que tenían por sede
Jerusalén y el templo. Antes de su destrucción, el remanente de Israel ya se
había convertido y huido, siguiendo la advertencia de Jesús años antes en su
discurso ante el monte de los Olivos. Hablamos de esos “144.000 sellados”, es
decir, de los judeo cristianos que habían acogido la Palabra en sus corazones
y, a diferencia de sus compatriotas, se habían mantenido fieles en el olivo. He
aquí el remanente escogido por Gracia (Rom 11:5) Estos son los escogidos de
Israel que han alcanzado salvación frente a los demás endurecidos (Rom 11:7-8)
Por tanto, Dios no tiene ningún pacto especial con los judíos étnicos que hoy
día siguen sin aceptar a Jesús como el Mesías prometido.
g) Debe
reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (1 Cor 15:25-26) Y el último enemigo a destruir
será la muerte. Tras la destrucción de todo pecado fruto de la predicación del
Evangelio, Jesús disolverá la muerte física. Esta señal se consumará cuando la
muerte física sea removida, es decir, en el momento de la resurrección de los
muertos, referida en Ap 21 y 1 Tes 4:16.
La destrucción de la muerte ya fue anticipada por Isaías (25:8):
Destruirá a la muerte para siempre; y
enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la
afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho.
La muerte-resurrección de Jesús es el final del
viejo mundo y el comienzo de otro nuevo y bueno. Esa esperanza se revestía de tintes apocalípticos, es decir,
de imágenes sombrías y grandes cataclismos de la naturaleza. Dichas imágenes y
cataclismos pertenecían al lenguaje metafórico, cuya verdad radica en el fin de
Jerusalén, el mundo conocido por los oyentes de Jesús, no en el fin de la
tierra.
II.
LA
VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE.
La aparición sobre las nubes
del Hijo del Hombre relatada en los Evangelios sinópticos se produce
inicialmente para juzgar a la prostituta de Babilonia, a la Jerusalén terrenal,
que asesina a sus santos. Jesús lo anuncia no solo en los relatos apocalípticos
de los Evangelios sinópticos, sino incluso lo hace ante el sumo sacerdote
cuando fue prendido. No se trata de la segunda venida física y real para el
juicio final de toda la tierra, sino una expresión de dominio y de juicio
contra la incrédula Jerusalén.
Jesús le
dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del
Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del
cielo (Mateo
26:64-66)
La generación que lo condenó
vio la venida del Hijo para juicio mediante la destrucción del templo.
Esta aparición anunciada en
Mateo es la referida por Juan en Apocalipsis 1:7:
He aquí que viene con las nubes, y todo ojo
le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán
lamentación por él.
Si
la venida segunda del Cristo no es la anunciada en el discurso sobre la
destrucción de Jerusalén, ¿Cuál es?
La
segunda y gloriosa venida del Señor aún está por producirse. La vemos está
anunciada en 1 Tes 4:16:
Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz
de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
Cristo resucitarán primero.
He
aquí cuando se iniciará la resurrección de los cuerpos. NT Wright identifica
esta segunda venida como un retorno glorioso como el que realizaban los césares
romanos al entrar en la ciudad eterna tras un viaje victorioso. Señala que los
lectores de Tesalonicenses eran cristianos que vivían en un contexto cultural
grecorromano, alejado del concepto de juicio apocalíptico del AT. La segunda
venida no implica un acercamiento físico como si el cielo fuera un lugar sobre
las nubes, sino más bien una aparición poderosa desde el reino de Dios a la
tierra que tiene por fin la destrucción de la muerte y el arrojar al Maligno a
su condena eterna.
III.
EL
MILENIO.
Si a un
ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la
mano. 2 Y
prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo
ató por mil años; 3 y lo
arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase
más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe
ser desatado por un poco de tiempo (Apocalipsis 20:1-3)
El milenio se inicia con el encierro de Satanás
por parte del Hijo. La encarnación del Hijo en el Cristo, su descenso a la
tierra del cielo, es el principio del núcleo de la historia cristiana. El Hijo
es denominado a veces como Ángel de Jehová en el AT. En este pasaje también
Juan lo identifica como ángel, mas no en el sentido de criatura, sino del Hijo,
el Verbo de Dios que salva a la humanidad. El Hijo con su muerte y resurrección
vence al Maligno, le retira el poder de engañar más a las naciones ya que desde
entonces, el Pacto de Dios, antes reducido a un pueblo, se expande sin límites
por las naciones.
Esta es la opción amilenial
que inauguró Agustín y es el punto de vista de algunos intelectuales hodiernos.
En ella el milenio es el reinado espiritual de Cristo y de sus santos mediante
la actual era, la iglesia.
La opción posmilenial, defendida
por los teólogos del avivamiento en el siglo XVIII, sostiene que Cristo vendrá
tras el milenio, un milenio de paz y armonía donde todas las naciones serán
regeneradas por el Evangelio. El milenio culmina con el descenso de Cristo.
El sistema premilenial,
sostenido en la antigüedad por Ireneo de Lyon o Papías, defiende que Cristo
descenderá en primer lugar para reinar junto con sus santos en un milenio,
literal o simbólico, terrenal.
El famoso predicador John Wesley mencionó que una nueva
creación estaba llegando a esta tierra. Sus sermones “La liberación general” (1781) y “La nueva
creación” (1785) ciertamente apuntan a una era paradisíaca en esta tierra que
no puede espiritualizarse ni hacerse colindante con la era de la iglesia.
Wesley creía en dos milenios: el previo a la venida de Cristo donde se
expandiría el Evangelio al máximo y el reinado de Cristo terrenal. John Wesley
creía en la cristianización de este mundo antes del regreso de Cristo. Su
combinación del premilenialismo de la Iglesia primitiva y el posmilenialismo de
su época le permitió mostrar un gran respeto por las Escrituras tal como las
interpretaban los premilenialistas antenicenos y buscar un avivamiento como un
posmilenialista del siglo XVIII.
Existen versículos en las
Escrituras que hablan de un período de paz y convivencia en la tierra. A saber:
Morará el
lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el
león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. 7 La vaca y la osa pacerán, sus crías se
echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. 8 Y el niño de pecho jugará sobre la cueva
del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la
víbora. 9 No harán mal ni
dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del
conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar (Isaias 11:6-9)
Acontecerá
en los postreros tiempos que el monte de la casa de Jehová será establecido por
cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. 2 Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y
subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en
sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de
Jerusalén la palabra de Jehová. 3 Y
él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy
lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para
hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la
guerra. 4 Y se sentará cada
uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los
amedrente; porque la boca de Jehová de los ejércitos lo ha hablado. (Miqueas
4:1-4)
Si optamos por una opción postmilenial, los
relatos del AT se referirían a un milenio terrenal donde el Evangelio rigiera
en los corazones de las naciones, ya totalmente evangelizadas y preparadas para
la segunda venida de Cristo que gobernará en la tierra junto con sus santos.
Nosotros nos decantamos por la opción amilenial
donde el milenio actual es el reino espiritual de Cristo, cuyo reino se acerca
a nosotros mediante la predicación de la Palabra, los sacramentos y otros
medios de Gracia que rompen esa división entre el cielo y la tierra. En este saeculum, como señalaba Agustín en sus
sermones sobre Apocalipsis, coexisten la ciudad terrenal y la celestial,
acercándose el reino de Dios a la tierra cuando predicamos la Palabra o damos
testimonio de Cristo. El milenio debe durar hasta que Cristo tenga a todos sus
enemigos bajo sus pies, es decir, mientras que el Evangelio no sea conocido por
todos los pueblos. Esta señal nos anima a que prediquemos sin cesar. Somos
optimistas al pensar que el Evangelio ser expandirá más y más y se llegue a la
situación descrita en Isaías 11 y en Miqueas 4. Dios no quiere que nadie sea
dejado atrás.
Durante el milenio los santos mártires que
murieron en la persecución neroniana dando testimonio de Jesús reinan con Él
(Ap 20:4) Esta es la llamada primera resurrección que entendemos como
espiritual frente a la segunda y definitiva que será física.
Llegado el tiempo, Satanás, el hijo de la
perdición, será liberado mas Dios lo destruirá arrojándolo al fuego eterno
donde ya no tendrá más poder jamás. En ese momento destruirá definitivamente a
la muerte para que se consumen los tiempos y se cumpla lo dicho por Pablo:
Y el postrer enemigo que será destruido es la
muerte (1 Cor 15:26)
Esta es la venida definitiva de Cristo cuya
tipología encontramos anticipada en Apocalipsis 20 y en los relatos sinóptico-apocalípticos.
Se enjuició la Jerusalén terrenal y se enjuiciará el mundo, destruyendo a la
muerte. Entonces vendrá la nueva tierra y no habrá separación con el reino de
Dios.
La tierra vieja desaparecerá (Ap 21:11) y se producirá el juicio final conforme a sus obras de todos los que han muerto. Debemos destacar la desaparición de todo lo viejo, contaminado por el pecado, y la “re” creación de Dios que hace todo nuevo. Es el momento de la restauración de todas las cosas que determina el retorno de Jesús (Hechos 3:21)
Apocalipsis 21 ofrece una
descripción majestuosa de cómo la Jerusalén celestial, tras el definitivo
encierro del Maligno, vendrá a la nueva tierra, quebrando la separación
existente hasta entonces entre el reino de Dios y su creación.
En este entonces Dios
nuevamente se paseará entre su creación. Los hombres fieles, tras el final
juicio, recuperarán sus cuerpos, esta vez glorificados, pues ni la muerte ni
enfermedad tienen poder sobre ellos. Nada inmundo entrará y todos serán
iluminados por la propia luz del propio Dios, al que se podrá ver cara a cara.
Allí estará el árbol de vida. El árbol que fue instrumento de la caída, ahora
será fructífero para sanidad de las naciones. El Cordero y el Padre, sentados
en su Trono, emanan vida eterna.
Vi un cielo
nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra
pasaron, y el mar ya no existía más. 2 Y
yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de
Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. 3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He
aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos
serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. 4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de
ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni
dolor; porque las primeras cosas pasaron (Ap 21:1-4)
No compartimos la visión preterista de que tal
descripción se refiere a la actual era de la iglesia. Vemos, en cambio, como
esperanzadora la idea de la destrucción de la barrera entre el cielo y la
tierra mediante el descenso pleno de esta ciudad celestial a una tierra
renovada, tras el juicio final a las naciones.
La Escritura con Génesis 1 se inicia con la
creación, buena en gran manera, por Dios a través del Logos. El hombre fue
creado bueno y libre, sin mancha de pecado ni de muerte. El núcleo de la
historia es la redención de la humanidad y de la creación mediante la
encarnación, muerte y resurrección del Hijo. El fin de la historia es la
culminación de tal redención en una nueva creación redimida, incluso mejor que
la inicial por haber experimentado la suprema Gracia del Creador, donde el plan
amoroso de Dios culmine en lo que siempre quiso: dar vida eterna a su creación,
compartiendo su amor divino con nosotros, sus criaturas.
Carlos Romero, lector laico en la Iglesia Anglicana de la Trinidad-Almería (IERE)
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