NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD
Lucas 16:1 1-10.
10 El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que
en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto.
¿En
qué prefieres gastarte el dinero que tienes en tu cartera? ¿En un capricho para
ti, un libro, una prenda de ropa, una comida sabrosa…? ¿o quizás en un regalo
hacia un ser querido o en el pobre varón que pide menesterosamente en la calle?
Es probable que en las veces en que has visto la necesidad de una persona que
requiere tu auxilio has pensado automáticamente en la fantasía propia en que
podrías gastarte ese dinero que ese necesitado precisa.
Te
estás preocupando tanto por tu sustento, tu vestido o tus deseos que estás
olvidándote de que todo lo material que disfrutas en tu día a día pertenece a
Dios, su creador. ¿Buscas las cosas de este mundo o las cosas de Dios en primer
lugar?
Yo
te digo, hermano, hoy aquí, que todas tus posesiones materiales no son de tu
propiedad. Son una creación de Dios, al igual que tú lo eres. Y, por tanto, en
cuanto a derecho entregado, están
vinculadas a un fin: el bien del prójimo.
Narrando
así la parábola de un mayordomo injusto, aunque astuto, Nuestro Señor nos
muestra la manera que tenemos de emplear el dinero. El Señor nos recuerda que
todo lo que poseemos es injusto. No lo merecemos. Renunciamos a ello cuando
Adán y Eva fueron expulsos del paraíso por escoger desobedecer a Dios.
Disponemos de las riquezas por pura Gracia. Disponemos de ellas no por
propiedad absoluta, sino por posesión para un recto y justo disfrute, en
beneficio de la comunidad.
Así,
podemos emplear este don material de Dios de dos maneras.
La
primera consiste en utilizarlo egoístamente, movido únicamente por un desmedido
afán de lucro. Cierta es la necesidad del lucro en ciertos sectores. El sano
lucro redunda en un mayor sentido de responsabilidad individual de cada sujeto
y en cierta justicia retributiva en el mercado. Sin embargo, aquel que emplea
la riqueza material movido únicamente por su deseo de acaparar más y más lucro
está maltratando el don que Dios le concedió. El capitalista que, por la mera
posesión del capital,se enriquece a costa del sudor y del esfuerzo de sus
trabajadores, no retribuyéndole lo que, por justicia, le pertenece en razón a
lo producido, está traicionando la confianza que Dios puso en él cuando le
entregó, en calidad de poseedor, su riqueza. El varón que ignora las
necesidades materiales de su prójimo está volviéndole la espalda a Dios mismo.
Recuerda que todo lo que hiciéramos con los más humildes lo estamos haciendo
con el mismo Cristo.
Ese
Cristo que siendo rico se despojó de sus riquezas y humillándose como hombre
murió en la Cruz por ti. Él disponía de todas las riquezas y las potestades de
la tierra. Con todo, no las quiso usar cuando estaba clavado al madero para
librarse del tormento. No, Él renunció a sus riquezas por ti. Él nos enriqueció
con su pobreza a través del amor.
¿Qué
hace el astuto mayordomo? Nuestro administrador, sagaz e inteligente, temeroso
de su cruel destino si es despedido por su señor, emplea una riqueza que no es
suya, de manera solidaria: aliviando el peso de la deuda de cada uno de los
deudores de su señor. Puede que esté motivo por intereses egoístas, con el fin de ganarse con ello amigos, mas objetivamente su acción es digna de las alabanzas de Jesús. Él es consciente de que no son de
su propiedad las riquezas que está administrando. Él sabe que con ese gesto de
perdonar deudas está dando un uso comunitario a unas riquezas que el detenta
solo en calidad de administrador.
Ahora
te digo, hermano, haz el bien a tus congéneres a través de las riquezas que
administras. Recuerda que este mundo es pasajero. Si estás siendo justo y fiel
con lo pasajero, ¿imagina tu vida en las moradas eternas, cuando goces
directamente en tu rostro del resplandor del Cordero en gloria?
Piensa
cada día a donde va destinado cada euro que gastas. ¿Estás siendo un buen
mayordomo de los bienes de Dios?
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