DUODÉCIMO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD.
Lucas
17: 11-19.
Entonces
uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran
voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era
samaritano.
¡Dios cúrame de mi
enfermedad!; ¡Dios, por favor, te pido que pueda encontrar un trabajo rentable
pronto!; ¡Señor, dame un buen esposo
para conformar una familia!
Sabes que necesitas a Dios
para eliminar tus sufrimientos y para alcanzar la felicidad. Sabes que por el
pecado que habita en ti y en tu alrededor solo no puedes lograr nada. Bien. Así
es.
Los diez leprosos del
Evangelio de hoy también estaban faltos de curación. También eran lo
suficientemente humildes para pedir la misericordia de Dios. La lepra los
carcomía. Eran tan impuros que nadie podía acercárseles. Nadie podía ayudarles.
Nadie salvo su Señor. Posiblemente su desesperación les llevó a recurrir a
Nuestro Señor. Su fe no fue producto de la reflexión ni de la meditación, sino
de su total desesperanza. Se acercaron llorosos y a gritos al Señor porque no
podían más.
¿Te has visto en una
situación parecida?¿ Has acudido a Dios como último recurso al fallarte todos
los demás instrumentos humanos? No pasa nada. Es comprensible. El Señor hace
uso también del sufrimiento para que lo alcancemos.
Dios escucha las oraciones
de los que le invocan a través de tu mediador, Jesucristo. Él abrió el camino
al Padre mediante su muerte redentora en la Cruz.
Ahora piensa: Dios te ha
concedido muchas bendiciones en tu vida, empezando por el hecho de existir. ¿Le
has dado las gracias?¿Has agradecido con corazón humilde los dones que el Señor
de manera totalmente gratuita y sin merecerlo te ha proporcionado en tu vida?
Reflexiona sobre las alegrías que has vivido esta semana. ¿Has agradecido a
Dios por habértelas mandado?
Hoy día muchos oran pero
pocos se dan cuenta de lo que le deben a Dios y le dan las gracias. “¿No han
quedado limpios los diez?: los otros nueve, ¿dónde están?”, dice el Señor.
¿Dónde estás cuando Dios te bendice con un trabajo, con un hijo, con una
esposa, con salud, con diversiones, con tu propia vida?
Leemos que los leprosos
sabían orar y suplicar, pero a nueve de ellos les faltó una cosa: la acción de
gracias, pues no regresaron para agradecer a Dios, que estaba frente a ellos en
carne humana, su curación.
No existe nada malo en pedir
con insistencia. Sin embargo, recuerda que lo que hace en ocasiones que Dios no
escuche lo que pides es tu falta de agradecimiento. Como dice San Bernardo: “a
causa de su misericordia que Dios, a veces, retiene su misericordia”
Tu lepra es tu pecado
interior. La curación sabes que la tienes en Jesucristo, tu salvador. El pecado
afecta a todos, miembros del pueblo de Dios como los varones judíos de la
historia y también a los que reniegan de Dios, representado en el samaritano
agradecido.
Dichoso el extranjero que se
volvió hacia Cristo, se postró ante Él y le agradeció su curación. Dichoso tú
si te vuelves hacia Cristo con agradecimiento, humildad y gozo, cada día, por
el regalo precioso que hizo por ti: sufrir en la Cruz por tus pecados. Tu
desagradecimiento fue perdonado en la Cruz. Recuérdalo cuando recibas un don de
su generosa mano. Si eres agradecido con Él por todo lo que has recibido, estás
preparando para ti mismo un lugar para la Gracia más abundantemente. Tu
desagradecimiento frena tu santidad.
Ahora quiero que reflexiones
sobre las bendiciones de tu vida. Quiero que seas como el samaritano y alabes y
adores a tu Dios por lo que has recibido. Quiero que todos adoremos al Cordero
y agradezcamos, con corazón humilde, su sacrificio en la Cruz. Gracias a Él,
podemos invocar al Padre todos, en todo lugar y momento. Gracias, Padre, por
habernos creado, gracias, Hijo, por habernos rescatado, y gracias Espíritu
Santo, por abrirnos los ojos y dirigirnos en santidad hacia el reino de los
cielos. Gracias, bendito Dios nuestro, que vive y reina, por los siglos de los
siglos, Amen.
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