DECIMOQUINTO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD.
Sed como niños.
San Lucas 18: 15-17
"De cierto os digo, que el
que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él".
Malediciencia, paranoias,
envidias, competencias, orgullo…De certeza que a menudo sientes en tu corazón
alguno de estos pecados. Tales pecados son fruto de una naturaleza caída cuya
maldad es aumentada por una sociedad cada vez más compleja. El pecado original
es fruto de la caída de nuestros antepasados, entrando en el hombre por un
hombre, y trasmitiéndose de generación en generación. No hay ni uno justo, dice
el salmista, todos pecaron y todos se apartaron de Dios. Dios te creó libre,
capaz de decidir sobre el bien y el mal, apto para elegir a Dios, conectarte
con Dios, a través de tu propia esencia, fiel imagen del Creador. Ay del hombre
que eligió desobedecer, ser su propio dios. Las consecuencias las arrastraremos
siempre. He aquí la maldición del llamado pecado original o ancestral. Señala
el articulo IX de los Artículos de Religión Anglicanos: “Y por lo tanto cada persona que nace a
este mundo, merece la ira y la condenación de Dios. Y esta infección se
manifiesta en algunos la sabiduría, en algunos la sensualidad, en otros el
afecto o el deseo de la carne que en ningún caso está sujeta a la ley de Dios”.
¿Los
niños son libres de este terrible pecado original? La Escritura nos enseña que
todos pecaron. Por ende, debemos concluir que nuestros niños están afectados
por la mancha del pecado heredado. Ellos no pecan en cuanto a pecados
personales de acción u omisión, pero su naturaleza sigue caída. Necesitan un
Redentor. Necesitan también a Cristo. Ellos también forman parte del Pacto
Nuevo de Dios con el mundo por medio de Cristo.
Cuando
se escucha el llanto de un niño en la Iglesia, algunos lo tienen por fastidioso.
Yo lo tengo por gozoso. Ese niño de una familia cristiana ha sido bendecido
también por Cristo. Necesita a Cristo. Es tan iglesia como el más sabio de los
teólogos.
¿Por
qué entonces nuestro Señor afirma que quien recibe el reino de Dios como un
niño entrará en el reino de los cielos?
Piensa
en algún niño que conozcas durante unos instantes. Imagina que le entregas un
juguete nuevo, bonito y maravilloso, que nunca antes pudo haber imaginado.
¿Cómo reaccionaría? Los niños reciben lo novedoso, lo bello, con una
curiosidad, ilusión y alegría que son inimaginables para nuestras azarosas y
quemadas mentes. Allá donde un adulto mira con escepticismo, duda, rencor o
mofa, un niño con una sonrisa alegre en su infantil rostro lo
recibe con el amor y la sencillez de una mente aun no tan contaminada con los
pecados del mundo. Bendita sea la Fe de los niños. Ellos están más cerca del
creador. Ellos creen con los ojos del corazón puro, no con los de la carne
corrupta.
El
reino de los cielos ya está aquí. Cristo lo trajo en carne y hueso. Lo trajo en
la Cruz cuando murió por ti y en el sepulcro vacío cuando resucitó de entre los
muertos. ¿Cómo recibes a Cristo? ¿Con duda o sopor de un adulto? o ¿con gozo, alegría y
sobre todo con la Fe de un niño?
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