Confiando en Moisés, Israel se liberó de la esclavitud. Confiando en Cristo, te liberas del pecado.

Éxodo 3:1-4:17

En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto;  y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y miel. 

¿Cuál es tu Egipto?¿Dónde y por qué sufres como hijo de Dios? El padecimiento de los hijos de Israel en Egipto databa de tiempos antiguos. Desde la buena vida en la época de la peregrinación, primero de José y luego de Israel, con los restantes clanes hasta la época del faraón Ramsés transcurrieron 430 años (Éxodo 2:40). Generaciones de israelitas sufrieron humillaciones y penurias mientras levantaban templos a ídolos y ciudades para mayor gloria de los que los aplastaban. La promesa del Dios de sus padres, de Abraham, había quedado en el olvido, oculta bajo las arenas del desierto. Las historias de los patriarcas pasaban de generación en generación oralmente con la esperanza cada vez más tenue de recuperar la libertad. A juicio de los israelitas, Dios daba bendiciones, riquezas e hijos en esta vida para los que lo amaban. ¿Por qué ellos recibían azotes en lugar de bonanza? ¿Por qué tu, cristiano, recibes pesadumbre si realmente sigues la Palabra de Dios?

Dios no se olvidó de su pueblo. Dios no se olvida de ti. Dios vio cada latigazo sufrido por cada israelita. Dios ve cada dolor de tu corazón. El pago del pecado es la muerte. Recuerda. Son y eres pecador, de corazón de piedra. Sin embargo, Dios escogió a Israel, te escogió a ti, como pueblo santo, por su pura misericordia para salvarte del pecado y de la muerte, para llevarte lejos. ¿A dónde? A una tierra donde fluyen leche y miel, al reino de los cielos.

Me gusta pensar que en el viejo pacto que supuso el Antiguo Testamento, Dios prefigura por medio de señales o huellas, si hablamos en sentido platónico, a lo largo de siglos cual va a ser su plan real de salvación para ti, iglesia del Señor, culminado en la victoria de Cristo en la cruz. La huella de hoy la apreciamos en la liberación del pueblo israelita de la esclavitud del desierto por medio de un libertador: Moisés.  Moisés prefigura a Cristo, nuestro Redentor.

Moisés pertenecía al linaje de Leví. Su padre, Amram, posiblemente, le trasmitió a sus hermanos Aarón y Miriam las historias y desventuras de sus clanes. Jesús descendía de Leví, de parte de su santa madre. Moisés fue salvado de la matanza de los niños hebreos, al igual que el bebé Jesús fue librado de las garras del anciano Herodes. Moisés aun con miedo no dio la espalda al plan de Dios en el Horeb. Cristo aun sudando sangre no dio la espalda al plan del Padre en el Getsemaní. Moisés venció a la culebra. Cristo aplastó la cabeza de la serpiente. Moisés sufrió rechazo de su pueblo al entregar el mensaje del Altísimo. Cristo fue escupido y quebrantado por sus congéneres, duros de corazón. Moisés salvó a su pueblo de la muerte con la sangre del Cordero inmaculado y el pan sin levadura. Cristo es el cordero inmaculado y el pan espiritual presente en la Eucaristía que salva a todo aquel que lo recibe con fe. Moisés rompió las cadenas de la esclavitud de Israel en Egipto. Cristo rompió las cadenas de la esclavitud del pecado del mundo en el mundo. Moisés no pudo ver directamente a Dios ni pisar sus moradas. Cristo nos hace ver directamente al Padre cuando lo vemos a Él y nos invita a caminar seguro en la morada del Padre por medio del amor del Hijo. Moisés solo pudo alimentar a los estómagos de su pueblo y ni siquiera pudo pisar una tierra, la de Canaán, que no conquistaría su pueblo sino con sangre y fuego y de la que sería expulsado en diversas ocasiones. Cristo puede alimentar tu alma con aquella bebida que jamás se agota: el perdón de Dios. Cristo es el camino a la tierra prometida que no se ve pero en la que no hay dolor y de la que no saldrá jamás aquel que en Él confía.

Moisés nada de esto sabía pero en el momento en que se acercaba a la zarza ardiente estaba hablando con aquel a quien él iba a prefigurar. Estaba conversando con el Hijo de Dios preencarnado, con el mismo Cristo, antes de tomar naturaleza humana, con el Ángel de Jehová, con su Dios.  Moisés lo ignoraba pero esa misma llama ante quien se descalzaba iba a limpiar su corazón y a impulsarlo a guiar a su pueblo un paso más en el conocimiento de la revelación del Dios Altísimo.

Moisés no lo sabía pero tú ahora sabes lo que hizo Cristo por ti. ¿Estás dispuesto a confiar en la promesa que tiene Dios para su pueblo?

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