CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

 La bendición de sentir la venida de Cristo en el sacramento de la Santa Cena.


Epístola: 1 Corintios 11: 23-31

Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.

En estos bellos días del periodo litúrgico de Adviento estamos recordando la venida de Cristo, con poder y gloria, al mundo. Recordamos al Precursor, Juan el Bautista, que lo anunciaba al pueblo, preparando los caminos del Señor, conmemoramos el regreso de Cristo en el fin de los tiempos para jugar a los vivos y a los muertos, y sobre todo, recordamos la próxima Encarnación del Verbo en un bebé en Belén.

Hoy, sin embargo, vamos a tratar de un, a menudo olvidadas en estas fechas: la venida diaria de Cristo en el sacramento de la Santa Cena y los efectos que ésta tiene en tu vida.

A veces puedes pensar que Jesucristo por estar sentado a la diestra del Padre, allá en los cielos, está distante de ti; cumplió su objetivo, muriendo por ti en la Cruz y resucitando de entre los muertos y ya ningún papel desempeña en tu devenir diario. Solo resta esperar a que venga poderoso sobre una nube en el cielo en el día del juicio.

Siento decirte que te equivocas.

¿Cómo iba nuestro Señor Jesucristo que te prometió que estaría contigo todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20) a desentenderse de tu santificación diaria? Jamás. Él está contigo cada semana en la Iglesia. Su permanencia está asegurada por las promesas que entregó a los Apóstoles. Promesas que fueron esencialmente dos: que la Fe viene por el oír la Palabra de Dios, predicada día y noche en este santo hospital de pecadores y que su Cuerpo y su Sangre que fueron entregados al sufrimiento por ti y para ti estarán real y verdaderamente presentes en el pan y vino de la Santa Cena.

Fíjate en la promesa tan bella incluida en el discurso eucarístico del Evangelio de Juan, capítulo 6. Dice el Señor que el que come su carne y bebe su sangre vivirá eternamente. Así pues, si el maná cayó del cielo para alimentar a los hambrientos israelitas en el desierto tras su liberación de la esclavitud de Egipto, el pan espiritual que es Cristo mismo cae del cielo en la Eucaristía para alimentar espiritualmente a tu hambrienta alma tras tu liberación de la esclavitud del pecado. Así como el pan material nutre tu cuerpo, el pan espiritual nutre tu alma, como afirma sabiamente San Agustín.

Así, cuando necesites a Cristo, necesites palparlo, unirte a Él, acércate a la Eucaristía y lo vas a encontrar. Solo tienes que mirarlo con los ojos de la Fe.

Cristo no te abandonó cuando ascendió a los cielos. Te dejó un consolador que te acompañaría hasta su retorno. Ese consolador, el Espíritu Santo, se halla muy presente en la Eucaristía. Ese consolador está preparado para llevarte a Cristo, a unirte a Él, de forma perfecta y mística. Ese consolador hace que lo recibas espiritual y celestialmente en tu corazón. Solo tienes que confiar en su promesa y recibir la curación de tus pecados, día a día, en la Santa Mesa.

Cada vez que te acercas a la Eucaristía, tres veces sale la luz de Cristo a relucir.

La primera es un recordatorio de lo que Él hizo por ti en la Cruz. Él, cordero sin mancha, fue inmolado para reconciliarte con el Padre, por amor.

Ahora comes su cuerpo con tu corazón para recibir ese bello e inmerecido perdón ganado en la Cruz. Esta remisión de los pecados es la segunda luz que surge de la Santa Cena. Reconforta saber que al recibir con Fe, humildad y amor, a tu Redentor, tus pecados te son perdonados, tu Fe es acrecentada, tu santidad es aumentada, ¿verdad?

La tercera consecuencia de este sacramento es anunciar la muerte del Señor a cada persona hasta que Él retorne. Él sabía que necesitábamos medios materiales, visibles, señales, en definitiva, por los que trasmitir las bendiciones ganadas en la Cruz. Por eso Cristo la noche en que fue entregado instituyó la Eucaristía: para que lo que viendo la señal con nuestros ojos lo sintiéramos con nuestras almas y anunciáramos la venida del Reino a nuestro prójimo.

El pan es la señal visible. El pan sin Fe y sin promesa nada bueno hace, pues comida ordinaria es. Ahora bien, ese pan con Fe y con promesa todo lo hace pues comida espiritual y salvadora es. No es la letra lo que te salva, no es la señal lo que te salva, es Cristo el que te salva al recibirlo por medio de la Fe. No es el pan que comes y masticas lo que te salva, es Cristo muerto por ti en la Cruz lo que aprehendes con tu corazón cuando vas a recibir el sacramento, lo que te santifica. Dios permita que en la Cena puedas ver la vergüenza de la Cruz: la oscuridad sobre el mundo, la tierra temblar, las piedras partirse en pedazos, las tumbas abrirse y los muertos resucitar por la obra de Cristo. 

Examínate a ti mismo, hermano, y busca en tu corazón. Si verdaderamente crees que Cristo murió por ti, come de este pan y bebe de esta copa.

El sacramento de la Cena es el sello de tu fe, la seguridad de las promesas de Dios y es un pacto entre ti y Dios. Recuerda esta bendición la próxima vez que te acerques a este misterio de la Santa Cena y recibe en tu corazón con gozo a tu Señor y Salvador.

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