CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
La bendición de sentir la venida de Cristo en el sacramento de la Santa Cena.
Así, pues, todas las veces que
comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta
que él venga.
En estos bellos días del periodo litúrgico de Adviento
estamos recordando la venida de Cristo, con poder y gloria, al mundo.
Recordamos al Precursor, Juan el Bautista, que lo anunciaba al pueblo,
preparando los caminos del Señor, conmemoramos el regreso de Cristo en el fin
de los tiempos para jugar a los vivos y a los muertos, y sobre todo, recordamos
la próxima Encarnación del Verbo en un bebé en Belén.
Hoy, sin embargo, vamos a tratar de un, a menudo
olvidadas en estas fechas: la venida diaria de Cristo en el sacramento de la
Santa Cena y los efectos que ésta tiene en tu vida.
A veces puedes pensar que Jesucristo por estar sentado
a la diestra del Padre, allá en los cielos, está distante de ti; cumplió su
objetivo, muriendo por ti en la Cruz y resucitando de entre los muertos y ya
ningún papel desempeña en tu devenir diario. Solo resta esperar a que venga
poderoso sobre una nube en el cielo en el día del juicio.
Siento decirte que te equivocas.
¿Cómo iba nuestro Señor Jesucristo que te prometió que
estaría contigo todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20) a
desentenderse de tu santificación diaria? Jamás. Él está contigo cada semana en
la Iglesia. Su permanencia está asegurada por las promesas que entregó a los
Apóstoles. Promesas que fueron esencialmente dos: que la Fe viene por el oír la
Palabra de Dios, predicada día y noche en este santo hospital de pecadores y
que su Cuerpo y su Sangre que fueron entregados al sufrimiento por ti y para ti
estarán real y verdaderamente presentes en el pan y vino de la Santa Cena.
Fíjate en la promesa tan bella incluida en el discurso
eucarístico del Evangelio de Juan, capítulo 6. Dice el Señor que el que come su
carne y bebe su sangre vivirá eternamente. Así pues, si el maná cayó del cielo
para alimentar a los hambrientos israelitas en el desierto tras su liberación
de la esclavitud de Egipto, el pan espiritual que es Cristo mismo cae del cielo
en la Eucaristía para alimentar espiritualmente a tu hambrienta alma tras tu
liberación de la esclavitud del pecado. Así como el pan material nutre tu
cuerpo, el pan espiritual nutre tu alma, como afirma sabiamente San Agustín.
Así, cuando necesites a Cristo, necesites palparlo,
unirte a Él, acércate a la Eucaristía y lo vas a encontrar. Solo tienes que
mirarlo con los ojos de la Fe.
Cristo no te abandonó cuando ascendió a los cielos. Te
dejó un consolador que te acompañaría hasta su retorno. Ese consolador, el
Espíritu Santo, se halla muy presente en la Eucaristía. Ese consolador está
preparado para llevarte a Cristo, a unirte a Él, de forma perfecta y mística.
Ese consolador hace que lo recibas espiritual y celestialmente en tu corazón.
Solo tienes que confiar en su promesa y recibir la curación de tus pecados, día
a día, en la Santa Mesa.
Cada vez que te acercas a la Eucaristía, tres veces
sale la luz de Cristo a relucir.
La primera es un recordatorio de lo que Él hizo por ti
en la Cruz. Él, cordero sin mancha, fue inmolado para reconciliarte con el
Padre, por amor.
Ahora comes su cuerpo con tu corazón para recibir ese
bello e inmerecido perdón ganado en la Cruz. Esta remisión de los pecados es la
segunda luz que surge de la Santa Cena. Reconforta saber que al recibir con Fe,
humildad y amor, a tu Redentor, tus pecados te son perdonados, tu Fe es
acrecentada, tu santidad es aumentada, ¿verdad?
La tercera consecuencia de este sacramento es anunciar
la muerte del Señor a cada persona hasta que Él retorne. Él sabía que
necesitábamos medios materiales, visibles, señales, en definitiva, por los que
trasmitir las bendiciones ganadas en la Cruz. Por eso Cristo la noche en que
fue entregado instituyó la Eucaristía: para que lo que viendo la señal con
nuestros ojos lo sintiéramos con nuestras almas y anunciáramos la venida del
Reino a nuestro prójimo.
El pan es la señal visible. El pan sin Fe y sin promesa nada bueno hace, pues comida ordinaria es. Ahora bien, ese pan con Fe y con promesa todo lo hace pues comida espiritual y salvadora es. No es la letra lo que te salva, no es la señal lo que te salva, es Cristo el que te salva al recibirlo por medio de la Fe. No es el pan que comes y masticas lo que te salva, es Cristo muerto por ti en la Cruz lo que aprehendes con tu corazón cuando vas a recibir el sacramento, lo que te santifica. Dios permita que en la Cena puedas ver la vergüenza de la Cruz: la oscuridad sobre el mundo, la tierra temblar, las piedras partirse en pedazos, las tumbas abrirse y los muertos resucitar por la obra de Cristo.
Examínate a ti mismo, hermano, y busca en tu corazón. Si verdaderamente crees que Cristo murió por ti, come de este pan y bebe de esta copa.
El sacramento de la Cena es el sello de tu fe, la seguridad de las promesas de Dios y es un pacto entre ti y Dios. Recuerda esta bendición la próxima vez que te acerques a este misterio de la Santa Cena y recibe en tu corazón con gozo a tu Señor y Salvador.
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