CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANIA
Evangelio: Mateo 8: 14-26.
Y
vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que
perecemos! El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces,
levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza
¿Qué temes en tu vida?¿Cuál
es la tempestad que azota continuamente tu alma sin que veas la calma?¿Cuál es
el sentido del miedo?¿Cuando sientes miedo, sientes a Dios ausente?
En nuestro Evangelio, Jesús
tras curar a la suegra de Pedro y a ingentes cantidades de endemoniados y
enfermos en Cafernaún, decide cruzar al otro lado del mar de Galilea. Nada de
lo que hace nuestro Señor es casual. Él estaba preparando algo. Subiéndose los
discípulos a la barca que habitualmente era usada para pescar en este mar de
agua dulce, de pronto surge inesperadamente una tormenta que azota sin
misericordia la nave. Jesús duerme, echando una cabezada sobre el cabecero de
la barca. El estruendo de los truenos unido a la violencia de las olas amenaza
con hundir la barca, llevándose con ella a toda la tripulación. Jesús sigue
durmiendo en calma. Los discípulos temen, el pavor les corroe; no saben qué
hacer, su Maestro, que ha podido curar milagrosamente y expulsar demonios, no
es consciente del peligro, no los puede salvar. Cuando ya daban por hecho su
fin, fueron liberados. ¡Señor, sálvanos, que perecemos! A continuación, surge
el milagro.
Jesús solo con su Palabra
hace calmar las aguas y disolverse la tormenta.
Él es el Señor de la creación. Recuerda que el Padre creó los cielos y
la tierra por medio del Hijo. No necesitó orar ni ningún bastón como Moisés.
No, solo la Palabra de Jesús basta para que cese el peligro.
Imagino a los discípulos que
viéndose tragados por las olas, ahora veían todo en calma. Solo ante un peligro
real de muerte, advirtieron la magnitud del prodigio. Solo el peligro y el
miedo te hacen darte cuenta de tu debilidad y de la majestad de Dios. Esto era
lo que pensaba Cristo cuando decidió mandar a sus discípulos subirse a la barca
aquel día. He aquí el sentido de tus miedos. He aquí la respuesta a la pregunta
de porqué sufrimos peligro y de porqué sentimos pavor. Jesús dormía para darles
la ocasión de temer y para despertar en ellos una más poderosa sensación del
peligro. Era una ocasión propicia para que sus discípulos creyeran más en Él.
A veces has pensado que Dios
está ausente en tus tribulaciones, que no escucha tus suplicas o que no hace
desaparecer tus miedos. Yo te digo que no es así. Yo te digo que aquel que
busca a Dios lo encuentra. Lo descubre. Piensa que, como Cristo, puede que el
dormir de Dios tenga como fin que tú percibas la necesidad de un Redentor, que
te maravilles cuando tu corazón se vea calmado con la Palabra del Evangelio, al
igual que la barca de los discípulos se estabilizó, una vez desaparecida la
tormenta. La Buena Nueva de que Cristo murió por ti y que ni la muerte ni el
pecado tienen poder sobre tu corazón arrepentido que abraza la Gracia. Que tu
vida será eterna.
Dios está presente, aunque
duerma. Jesús quería dormir para que sus discípulos lo buscaran con más
necesidad y temor. El hecho de que Jesús durmiera hizo que el gozo y la fe de
los discípulos en el poder de Dios hecho hombre fueran mayores. Pensaron que
Jesús los ignoraba y que iban a perecer necesariamente. Sin embargo, no fue
así. Jesús los estaba probando.
Ahora te digo que a ti, en
ocasiones, te prueba Dios. Cuando lo sientes lejano, Él solo está dormido,
esperando a que tu necesidad de Él aumente; aguardando a que te rindas
totalmente a Él en tu vida.
Así, quiero que cuando lo
sientas lejano, no te rindas, sino que ores diciendo: Señor, Tú mandaste al viento y al mar que se
calmaran, y al oír tu voz se apaciguaron; ven ahora a apaciguar las agitaciones
de mi corazón a fin de que en mí todo sea pacífico y tranquilo y pueda yo
poseerte a ti, mi único bien, y contemplarte, sin oscuridad ni confusión.
Te aseguro de que tarde o
temprano reinará la calma en tu corazón.
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