TERCER DOMINGO DESPUÉS DE LA EPIFANÍA

Mateo 8: 1-13

Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora

“Yo fui bautizado de niño, hice la primera comunión y creo que Jesús fue un gran hombre pero no creo que Dios intervenga en mi vida” Esta frase puede resumir perfectamente el estado de la cristiandad occidental. Europa, otrora civilización que llevó la Palabra de Dios por todo el orbe, hoy decae, corroída por el secularismo, el individualismo y la modernidad. Dios no tiene cabida en la mente de las mismas naciones que fueron elegidas por Él para proclamar su Palabra allende los mares. No solo la Palabra de Dios es objeto de indiferencia o mofa en Europa, sino que incluso puede dar lugar a sanciones contra aquellos valientes que se atreven a alzar la voz en defensa de la eterna doctrina bíblica. No pienses que las Iglesias están exentas de esta apostasía occidental. De hecho, no pocas son fieles comparsas del sistema, colaboradoras necesarias en la disolución espiritual del continente. Esta semana pudimos conocer que la mayoría de obispos ingleses dentro de su Iglesia Nacional iba a proponer al sínodo la bendición de los “matrimonios” civiles entre homosexuales. Un paso más hacia la destrucción de la secular doctrina de la Iglesia en materia de moralidad, sexualidad y matrimonio. Como dice el profeta Isaías “Ay de aquellos que a lo bueno llaman malo, y a lo malo bueno “( Is 5:20) Un paso más hacia la apostasía de Iglesias que en su momento fueron paladines en defensa de la Cristiandad bíblica resurgida en la Reforma Protestante. ¿Ha abandonado Dios sedes episcopales como Canterbury? O ¿Somos nosotros, cristianos occidentales, los que hemos dado la espalda al Señor y a su Palabra? ¿Creemos de verdad las promesas de Dios hacia su pueblo, la Iglesia? o ¿reconocemos a Cristo como verdadero Dios encarnado, rey sobre todas las cosas? ¿Acaso somos como los hijos carnales de Israel que estando delante de la Palabra de Dios hecha hombre no la reconocieron y la vilipendiaron?

Fíjate lo que dice Jesús en el Evangelio de hoy. Él dice que los hijos del reino serán echados a las tinieblas, donde el lloro y crujir de dientes. El pueblo elegido por el Señor para cumplir sus promesas redentoras no creía en Él. El pueblo que otrora cruzó el mar de juncos y el desierto solo confiando en la promesa de Dios a Abraham. El pueblo de Ezequiel y de Daniel que oraba incesantemente mirando a Jerusalén en el exilio a pesar de la coacción de los reyes de Babilonia y Media. Ese pueblo, escogido por el Señor, había endurecido hasta tal punto su corazón que no veía delante de ellos a la Sabiduría de Dios hecho hombre que había venido a derramar su sangre, una vez y para siempre, para limpiar sus muchos pecados.

Tú a veces pareces uno de esos judíos que, confiando en su conocimiento de las Escrituras y en la pertenencia al linaje de Abraham, creían en un Dios alejado de tu día a día, que no guía tus pasos. A veces has dudado de los milagros de Jesús, de su muerte redentora o de su resurrección. Los sucesos no explicados naturalmente de las Escrituras en ocasiones te han llevado a plantearte el principio de infalibilidad bíblica. Vives de espaldas al Dios de la Iglesia a la que dices pertenecer. Flaqueas en la oración o vas a la iglesia y piensas en otros asuntos mientras se escucha la Palabra de Dios a tu alrededor. En definitiva, te acomodas.

El centurión del Evangelio de hoy era un gentil, posiblemente, un sirio o griego sin conocimientos de la Ley ni de los Profetas. Él posiblemente no asistía a la sinagoga, ni había oído hablar del Santo de Israel prometido.

Este centurión era un hombre preocupado por la salud de su siervo. Él reconocía la dignidad de un asalariado suyo hasta el punto de salir en búsqueda de aquel que el pueblo decía que era poderoso en curaciones, porque aun siendo desiguales en cargos o posiciones socioeconómicas, sabía que somos iguales en dignidad y naturaleza. Este centurión nos enseña que la salvación vendrá, no para el linaje de Abraham según la carne, sino para los que viniendo de Oriente y Occidente, como dice Jesús, de todo el orbe, crean en la promesa de Dios a Abraham. Personas y familias de todas las naciones podrán sentarse junto a Abraham, Isaac y Jacob, frente al cordero, adorándolo día y noche, sin dolor y con gozo indescriptible. El centurión es una prefiguración de la conversión masiva de los gentiles.

La lección de hoy es que la humildad hizo más que el conocimiento de las Escrituras o la pertenencia al linaje de Abraham. La lección de hoy es que la asistencia o permanencia en una Iglesia establecida pero sin vida interior o que da la espalda a las promesas de Dios no te aseguran más que la perdición. La humildad del centurión es la que necesitas para arrepentirte de tus pecados y acudir a Cristo como acudió el propio centurión, como único mediador e intercesor por tus pecados. Cristo es el Cordero que murió por tu pecado de comodidad y frialdad espiritual. He aquí tu salvación, cristiano.

La fe del centurión en el poder de Jesús era tan grande que confiaba en que una Palabra suya bastaría para sanar al enfermo, sin necesidad ni siquiera de tocamientos o tratamientos. Su humildad era tal que pudiendo pedirle que acudiera a su casa para asegurar la curación del siervo, reconoce que él, suboficial de Roma, era indigno de que el Santo de los santos pusiera pie en su morada. Jesús se maravilla ante tal demostración de fe.

Así debes confiar cuando ores. “Señor, necesito esto, pero te dejo a ti los medios y los tiempos para conseguirlo, si es tu voluntad. Reconozco que soy incapaz sin ti. Que se haga tu voluntad a tu tiempo y a tu modo”.

Yo te digo que el Señor se maravillará de tu fe y dirá: “como creíste, te sea hecho”.

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