DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA

Epístola: Romanos 12: 1-16.

El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.

¿Quién no ha querido destacar con su supuesta sabiduría frente a otros? ¿Quien no ha tratado de manera altiva a un hermano en la iglesia, quizás por su condición social, por su reciente conversión o por sus escasas lecturas? A veces pensamos que los problemas de soberbia y altivez son típicos de nuestros tiempos modernos donde tenemos acceso a tantos recursos que ello nos hace orgullosos. Quizás pensemos que los cristianos primitivos eran seres de luz, fieles todos al Dios único, que se amaban sin limites entre ellos. Me temo que no fue así.

San Pablo en sus diversas cartas dirigidas a las comunidades cristianas del Mediterráneo ya alertaba contra el abuso de poder, contra el autoritarismo y contra la arrogancia. Yo me imagino a la comunidad de Roma dividida. Algunos miembros se alejaban de la actitud evangélica de amor y caridad que debía regir sus corazones para ser llevados por la soberbia, por el pesimismo, la crítica o la amargura. Pablo lo sabía. Por eso no podía dejar pasar la oportunidad de aconsejar sabiamente a sus hermanos romanos. Hagamos nuestras estas sabias admoniciones, válidas tanto para los cristianos del siglo I como para los del siglo XXI.

La esencia de la actitud cristiana ante la vida es el amor. El amor debe regir tus palabras, pensamientos y obras. ¿Qué es el amor? San Pablo emplea para referirse al amor entre hermanos el concepto de “agapo”, en griego. Es un concepto supremo de amor que incluye la capacidad de sacrificarse por la persona amada, de darlo todo, hasta la vida, por ella. Seguro que lo tienes por harto difícil, cuasi imposible o incluso exagerado. ¿Cómo darlo todo por un hermano que ni conozco? Sin embargo, recuerda que Dios es esta clase de amor (1 Juan 4:8). Recuerda que Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo en sacrificio expiatorio para todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Quien no conoce este amor con capacidad de entregarse por otro, no conoce a Dios. Éste es el amor que surge en grado sumo entre los cónyuges, donde ni el egoísmo ni la soberbia tienen lugar. He aquí el amor que debe regir las relaciones entre hermanos de fe, unidos en un mismo cuerpo, que es la Iglesia y a cuya cabeza se encuentra el mismo Cristo. Amor verdadero, sin fingimiento, ni apariencias. He aquí el amor fraternal.

El amor es la sangre que hace que el cuerpo de Cristo se mueva, cumpla su misión. El amor que impulsa a un hermano a predicar, a otro a enseñar, a otro a servir y a otro repartir. El amor que hace que si un hermano necesita cobijo se lo ofrezcas o que si un hermano precisa de tu tiempo, le atiendas. El amor que convierte las malas palabras en palabras de consuelo, la altivez en humildad y la sabiduría en escucha. El amor que transforma la arrogancia en humildad.

Por tanto, hoy quiero recordarte que cuando veas a un hermano, recuerda que ya no rige en ti la sabiduría de tu propia opinión, sino que es el amor el que te debe hacer abrirle tu corazón para ofrecerle aquello que realmente precisa.

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