DOMINGO DE SEXAGÉSIMA
Evangelio Mateo 7: 12-21
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; 14 porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan
“Jesús era un gran
hombre pero yo no creo en sus milagros o en su resurrección corporal. ¿Cómo
puedes creer en Dios si eres alguien inteligente? La religión es un mito para
calmar conciencias débiles”. Seguramente alguna vez en tus años de vida hayas
tenido que soportar tales acusaciones o preguntas capciosas y malévolas contra
tu fe. La mente humana, corrompida por el pecado, solo entiende lo que sus
limitados sentidos pueden captar. Lo fácil es la norma. El corazón egoísta del
hombre solo ama lo que le puede beneficiar o lo que le puede dar placer. Esta
filosofía llevada al mundo decadente moderno ya la preconizaban personajes como
Federico Nietzsche hace un siglo. Todo ello es inherente a nuestra naturaleza
caída, cegada por el pecado, tan soberbia que piensa que es capaz de comprender
la inmensidad de la creación. ¿Has pensado porqué tantas veces te has sentido
humillado o desprestigiado en una conversación semejante? Quizás te hayan
llamado hasta loco. Bien. Tenemos, de un lado, la “locura triste y sinsentido”
que te dice que Dios te ama tanto que te ha redimido de la muerte eterna por
medio de su Hijo y, de otro, tenemos “la supuesta racionalidad” que afirma que
tu vida no es más que un cúmulo de miles de millones de eventos azarosos en el
universo y que solo existe lo que tus sentidos pueden captar. Qué bendita es esta
nuestra locura que sabe que tu vida no es un acontecimiento causal, sino que es
tan especial que fue salvada por el derramamiento de la preciosa sangre del
Hijo de Dios en la Cruz. Qué sentido tienen ahora las palabras de San Pablo
cuando dice en la Epístola 1 a los Corintios que hoy leemos: Porque la palabra de la cruz es locura a los
que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de
Dios.
En tu día a día se te abren dos caminos. Hay uno
cómodo, bien ancho, que es recorrido por la mayoría de las gentes; es un camino
que busca únicamente el interés y la felicidad propio, es el del placer, del
hedonismo, del lujo y de la riqueza; que conduce tu corazón hacia los bienes
mundanos. Es el camino que te va a granjear aceptación social, que te va a
permitir progresar en una sociedad enemiga de lo eterno. El camino va cuesta
abajo, es fácil avanzar sin esfuerzo, pero su final es sombrío y muy triste. Es
el camino de la muerte.
El otro camino es ascendente, estrecho, tortuoso.
Tienes que subirlo con mucho esfuerzo. El camino está lleno de dudas, de
tentaciones, de sufrimientos y desesperaciones. Al ser angosto, pocos se
atreven a aventurarse a atravesarlo. Es el camino de Cristo que conduce al
Padre, al gozo y calma eternas. Se inicia con tu justificación, cuando tus
pecados te son perdonados por Cristo en la Cruz, solo por tu Fe. El camino
atraviesa la puerta que es Cristo clavado en el madero y Cristo saliendo vivo
del sepulcro, continua con tu diaria santificación; aquel donde te caes y te
levantas, donde te ensucias pero te sacudes el polvo y continúas. Si tropiezas
por alguna tentación, no tengas miedo, el Espíritu Santo, aquel que el Hijo
envió para tu protección, mediante un sincero arrepentimiento, te levanta y
guía tus siguientes pasos. ¿A dónde te va a llevar este camino áspero y
tortuoso? Te va a llevar a tu glorificación, junto al Padre, donde jamás
volverás a sufrir o a tropezar. Tú, cristiano, ten certeza de que caminas sobre
piedras firmes. Es el camino de la vida.
Los que ven tu arduo caminar desde la pendiente
sencilla del camino ancho puede que se rían de ti, que alegue que estás errado
y que no tienes por qué seguir las estrecheces de esta vía, que hay formas más
cómodas de vivir; pero tú mantén tu rumbo firme, sabiendo que Dios te abre
camino
La locura de saber que no puedes conocerlo todo,
que no puedes dejarte guiar por los deseos de un corrupto corazón que te
impulsa al camino ancho. La locura de pensar que Dios está al mando y que te
rescató del mal camino por la muerte de su Hijo. La locura de pensar que en lo
que otros ven liberación, tú ves perdición. La locura de ser hijo de un Dios
que te ama y te cuida en el arduo camino de tu vida.
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