DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
Nicodemo, fariseo miembro
del Sanedrín y hombre temeroso de Dios, tenía cierto anhelo de la sabiduría del
Altísimo. Sin embargo, aún le detenía la cobardía común de toda su generación.
El miedo al rechazo de sus congéneres judíos hizo que se acercara de noche, a
escondidas, a ver y a conversar con el Cristo, que según dice Proverbios, es la
Sabiduría de la creación.
Él pensaba que Jesús era un
buen maestro y que realizaba milagrosos por obra de Dios. Estaba comenzando a
entender el propósito de la creación. No obstante, aún su condición pecadora
cegaba sus ojos pues continuaba teniendo a Jesús como un mero profeta enviado
para hacer milagros, sí, pero que necesitaba de ayuda ajena para ejecutarlos.
Efectivamente, Dios Padre,
criador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible, te ha creado
a ti con un propósito. El Padre con la sabiduría del Hijo creó al hombre a su
imagen y semejanza para que viviera libre, sin muerte ni dolor. El hombre, en
cambio, empleó su libertad para desobedecer sus designios y desde entonces eres
rebelde a la voluntad de Dios. Nuestro Padre no es la divinidad que diseñaban
ciertos deístas en el siglo XVIII, es decir, un creador que se limitó a crearte
y se desentendió de ti, su creación, una vez obrada. No, nuestro Padre va
modelando tu vida como alfarero que moldea su creación arcillosa. Nuestro Padre
desea que lo ames a Él y a tu prójimo.
De cierto que en estos días
has sufrido por algo: enfermedad, desengaño familiar o amoroso, pérdidas
económicas o laborales etc… Has sentido dolor. ¿Por qué mi Dios creador permite
que sufra así? Cambia la pregunta: ¿para qué quiere Dios que haya pasado tal
cosa? Es el misterio sobre el que quiero que reflexiones. Dios está
continuamente modelándote. Su voluntad es hacerte capaz de amar. Orienta el dolor
hacia el amor. Haz que tu voluntad y la de Dios sean una. Cuando comprendas
este duro misterio y digas: “hágase, Señor, tu voluntad” encontraras una paz de
espíritu inimaginable para el común.
Recuerda que el Espíritu de
Dios sopla donde quiere: te impulsa hacia Cristo, única vía para comprender y
acceder al Padre.
El buen Nicodemo quedó harto
confuso cuando el Señor le responde a sus cuestiones que el que no nace de
nuevo no puede ver el reino de Dios. ¿Cómo un hombre puede nacer de nuevo?
Nicodemo sigue sin quitarse al viejo Adán de encima. Con su mentalidad terrenal
y temporal, no comprende las cosas de lo alto. Por mucho que luche contra su
inclinación al pecado, él solo no puede entender el camino de la salvación.
Nicodemo piensa en un nacimiento carnal, que todos hemos vivido al venir al
mundo.
El Señor anuncia que el
nacimiento nuevo es de agua y Espíritu. ¿Cómo operan estas cosas? El agua es la
señal que el Espíritu emplea para configurar la muerte del viejo Adán que
Nicodemo sentía en sus propias carnes y para hacerte participe de la muerte y
resurrección del Mesías. Cuando te sumerges en el agua del bautismo, tu viejo
hombre es sepultado y cuando alzas el cuerpo fuera del agua, asciende el nuevo
hombre. El agua es el elemento visible pero el Espíritu Santo es quien te
regenera haciéndote participe de los méritos de Cristo ganados en la Cruz. El
agua sola nada hace. El Espíritu todo hace.
San Agustín decía que lo que
es el útero para el feto, es el agua para el fiel.
Cristo es la serpiente de
bronce que al mirarlo te sana, te quita todo el dolor que esta árida vida te
causa. Míralo bien. Ahí está tu nuevo nacimiento, tu salvación.
Una vez que entiendas y
sientas que has nacido de nuevo, escucha la voz de Dios en los susurros del
viento, esto es, en las pequeñas cosas, en las decisiones de tu vida que día a
día te hacen progresar en tu camino de santidad. ¿Qué quiere Dios de mí? Tú
conoces su voluntad, la tienes en las Escrituras: que obres con amor; que cada
palabra y acción que realices sea para mayor gloria de tu creador, El Padre,
para mayor alabanza a tu Redentor, El Hijo, y para mayor testimonio de tu
consolador, El Espíritu.
Adelante, cristiano, no
tengas miedo y da testimonio de tu nuevo nacimiento en Espíritu a este mundo
que no conoce a Cristo.
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