1º PEDRO 1
La resurrección de Cristo nos llama a ser santos.
El cristianismo se extendía por Asia. Comunidades
cristianas florecían por Asia Menor, Bitinia, el Ponto o Galacia. La llama del
Espíritu se expandía como fuego incontrolado en un mundo pagano. Las
comunidades estaban aisladas a menudo entre sí, muchos se perdían sin un recto
timón apostólico, otros se contaminaban de idolatría del redor. Pedro, fiel
apóstol de Cristo, quiso escribir esta epístola para exhortar a las
congregaciones a mantener viva la fe, la esperanza y la caridad, en espera
activa del reino eterno.
Bendito el
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos
hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los
muertos, 4 para
una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los
cielos para vosotros, 5 que
sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación
que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. 6
Nada se compara con la
herencia que el Padre nos tiene preparada en los cielos. En la tierra la desde
la flor más hermosa hasta el más vil pecador se marchitan inexorablemente. Lo
creado por efecto del pecado es corrupción. La casa donde vives, sea lujosa o
humilde, la cama donde duermes, la mesa donde comes o el pueblo donde habitas,
todo será consumido algún día. ¿Dónde tienes tú tu esperanza? En lo presente
corruptible o en la herencia del cielo incorruptible?
El reino de los cielos no
puede acabarse, es incontaminado, es decir, puro y perfecto, inmarcesible, esto
es, que no se marchita.
¿Cómo puedo acceder a tal
herencia tan maravillosa? Cristo te abre la puerta. Él que resucitó de los
muertos te ha abierto el camino a la casa del Padre para que alcances su salvación
en el tiempo postrero. Cristo te convida a la eternidad. ¿Aceptas la
invitación?
Dichoso aquel al que el Espíritu
Santo coloca su corazón en esta herencia.
En lo cual
vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario,
tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, 7 para que sometida a prueba vuestra fe,
mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego,
sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, 8 a quien amáis sin haberle visto, en quien
creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; 9 obteniendo el fin de vuestra fe, que es la
salvación de vuestras almas.
Yo amo mucho a Dios. Jamás lo abandonaría. Parece
que te escucho decir. Bien. Fácil es amar a Dios en la prosperidad. Mas yo te
digo, ¿lo amarías igual en las pruebas? El oro es un material duro y valioso.
Perfecto para resistir los envites de la vida. Ahora te digo que tu fe vale más
que el oro. ¿Estará preparada para resistir las pruebas de fuego que el Señor
envía? Él no aflige por gusto. Él tolera las aflicciones para testar tu fe,
para comprobar si se afirma y multiplica ante la tribulación. Recuerda el
sentido de la disciplina de nuestro amado Padre con las aflicciones. Aunque te
golpeen, te dejen sin aliento inicialmente, Él no te manda aquellas que no
puedes resistir. Él quiere que te levantes del golpe y tu fe, más valiosa que
el oro, sea reforzada con el envite.
Bendito el que espera con gozo en la fe la venida
del Señor Jesús.
Como hijos
obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra
ignorancia; 15 sino,
como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir; 16 porque
escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. 1
Cuando eras el viejo Adán,
nada bueno podías hacer. Tus acciones y deseos venían movidos por el pecado y
por la ignorancia. Ahora eres consciente de tu nuevo nacimiento por medio de
Cristo. Has sido transformado por su nuevo Espíritu de verdad. Ya lo corrupto
no está en ti. Escucha las palabras del Padre: sed santos, porque yo soy santo.
Sé santo en todos los
aspectos de tu vida. No te confíes. Acude a la recta justicia de los
mandamientos de Dios en tus relaciones personales, amorosas, laborales, en tu
vida interior y en tu vida pública. No lo hagas para ganarte la salvación,
porque pecas de soberbia. La salvación te fue ganada por la obra de Cristo.
Obra rectamente porque amas lo que hizo Cristo por ti. Obra sabiamente porque
la resurrección del Señor te transformó.
Desde el mismo momento
de tu justificación comienza el proceso de santidad. Una vida entera para
luchar contra las tentaciones y el pecado. Una vida entera para desoír las
inclinaciones del mal y para optar por seguir los mandamientos que Dios ha dado
a su pueblo.
En contraste con este
hombre renovado, nacido de nuevo, surge el hombre natural y su vanidad. En su
vida, el hombre sin Cristo muere como la flor y el pasto, secándose por su
pecado. La santidad es lo que da savia viva al hombre nacido de nuevo. Ama a
Dios con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente y a tu prójimo como a ti
mismo, aquí y ahora para siempre. Dios te escogió para ser santo.
Dichoso aquel obedece
la Verdad, amando a su Salvador y a sus compañeros, de corazón puro.
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