1 PEDRO 2: 13-25

 El sufrimiento del justo lo reviste de Cristo.

Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; 

Alguna vez, posiblemente, te hayas sentido humillado, menospreciado o maltratado en tu trabajo. En nuestros tiempos presentes la institución de la esclavitud y servidumbre legalmente desapareció. Sin embargo, permanece en el hombre el deseo de ejercer dominio sobre otros. Este dominio ahora ha virado en relaciones laborales donde el fruto del trabajo del obrero le es transferido al nuevo amo. La condición de pecado del hombre, no obstante, se extiende a todos, tanto a jefes como a obreros.

Cuando alguno de nosotros asume una posición de patrón entra en su alma la inclinación a la soberbia, al orgullo, al dominio sobre los demás. “Mirad, he llegado alto, vuestros trabajos dependen de mi. Os exijo devoción y obediencia total”.

Cuando alguno de vosotros asume la posición de obrero entra en su alma el resentimiento, la envidia y la maledicencia hacia sus patronos. Discutes cada orden que recibes, cuestionas los métodos del jefe o hablas mal de él a sus espaldas.

Los escribas, fariseos y saduceos ostentaban una posición de control y dominio sobre todo el pueblo de Israel en la época de Jesús. Como casta, decidían lo que venía de Dios y lo que no. Y ellos, hundidos en su ceguera espiritual y dureza de corazón, decidieron que Jesús era un farsante y que debía ser crucificado. Ellos que conocían las promesas de las Escrituras hicieron oídos sordos a las advertencias y no reconocieron al Espiritu Santo, pecando gravemente contra él. ¿Qué hizo Cristo? ¿Se rebeló contra la casta ejerciendo poder y violencia? No. Él que podía destruir el templo y levantarlo en tres días, que tenia el control de principados y que ni una mariposa levantaba el vuelo sin que Él como Hijo de Dios lo decidiera, acudió como cordero sin mácula llevado al altar del sacrificio en ejercicio de un amor superabundante y de una humildad inigualable. Él que siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2:6-11)

Y todo lo hizo por amor para el perdón de tus pecados de soberbia y de desobediencia.

Sé que como subalterno has sufrido humillaciones, ordenes duras o incluso vejaciones. Cristo las sufrió más y no las merecía. Mira la Cruz y observa como Él padeció por tus pecados. Arrepiéntete de las maledicencias o desobediencias que hayas ejecutado contra tus jefes. Arrepiéntete de la soberbia y de la tiranía con las que hayas dominado a tus subalternos. Cristo es el perfecto ejemplo de humildad. Él nos marca el camino. Sigue sus pisadas.

Cuando en la siguiente ocasión sientas en tus carnes una humillación, sea en el ámbito que sea, piensa en el Jesús sufriente. Revístete de Él y recuerda la palabra de hoy: los sufrimientos de los justos los cubren de la gloria de Cristo.

Sé que sientes rabia por la injusticia. Sé que Dios no aprueba la injusticia. Mas recuerda que de Dios es la venganza, no tuya, y que el patrono cruel responderá, tarde o temprano, en esta vida o en la otra, al inexorable juicio del Altísimo. Gózate en el Señor que te lavó de la maldad y sigue sus pisadas humildes que te llevan a la gloria de Dios.

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