1 PEDRO 4:12-19

 Padeciendo por Cristo, no por el pecado.

Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello.

En el siglo I los paganos burlábanse de los seguidores de Jesús, denostándolos con apelativos como caníbales, ateos, ridículos, enemigos del pueblo, perturbadores de la paz, extravagantes o adoradores de malhechores. Los tenían por caníbales al no comprender el misterio de la Eucaristía, de ateos por negar la existencia de sus divinidades, de enemigos del pueblo porque rechazaban participar en las ofrendas a los ídolos de los emperadores, extravagantes porque a un cristiano no se le veía en los espectáculos circenses o porque trataban a sus esclavos como hermanos, y finalmente, de adoradores de malhechores porque rendían culto a un hombre crucificado.

El cristiano al que Pedro dirigía sus cartas sufría por el hecho de serlo. Vivía atormentado cuando paseaba por su ciudad, sufría los tormentos del vulgo cada domingo cuando cesaba su trabajo para acudir a sus cultos.

El cristiano no padecía porque fuera ladrón o malvado. Los textos primitivos como la Carta a Diogneto nos presentan a los cristianos como caritativos al extremo, buenos ciudadanos y sacrificados en todo. Sin embargo, sufrían y padecían por su fe en el Señor. Y lo hacían con resignación e incluso con gozo.

Ignacio, obispo de Antioquía, cuando sentía las dentelladas de las fieras arrancar sus miembros durante su martirio en Roma, no cesaba de alabar a Cristo, notando como cada mordisco terrible que sufría lo acercaba más y más a su Señor. Policarpo de Esmirna acudió feliz y firme a su muerte en manos de sus enemigos, sin abandonar la confianza en Jesús. Si Cristo no me ha abandonado en 80 años, ¿cómo voy a hacerlo ahora yo?” Se preguntaba ante la expectativa de su muerte.

El sufrir que sientes por practicar pecados como la avaricia, la lujuria, la malediciencia o la idolatría se debe a tu duro corazón; es un justo castigo a tu desobediencia. Mas si sufres como cristiano por causa de Jesús es para una mayor gloria de aquel que te creó.

Los padecimientos que sufres hoy como cristiano son nimios en comparación a los sufridos por nuestros hermanos de hace veinte siglos. Incluso en tiempos modernos, fuera de Occidente, ser cristiano en algunos países africanos o asiáticos es condena a muerte cierta. Fija tus ojos en el padecimiento por causa de Cristo de nuestros hermanos y piensa. ¿Estarías dispuesto a gloriarte en el sufrimiento por Cristo? ¿Verías el sufrir por amor a Jesús como un castigo de Dios o como una recompensa que te aproximará a la gloria eterna?

El Justo padeció por el injusto en la Cruz, marcándonos el camino. El Justo que te advirtió que ibas a sufrir persecuciones. El Justo que te prometió que permanecería contigo en el sufrimiento.

Por tanto, si alguna vez te angustias por el rechazo, el sufrimiento o el padecimiento por Cristo, piensa en Jesús en la Cruz, sufriendo en sus huesos y carne, el peso de tu pecado; trae a tu mente a Ignacio de Antioquía alabando a Dios en medio de la tortura de las fieras o piensa en la cristiana nigeriana siendo raptada y violada por su fe en Cristo. ¿Darías tu vida por aquel que ganó tu salvación?

 

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