CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

La venida de Jesús en la Eucaristía.

1 Corintios 11:22-31.

Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.

Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.

Tres son los memoriales de las venidas del Señor que habitualmente recordamos en Adviento. La primera venida mediante su Encarnación y la segunda venida en gloria son las más conmemoradas. Hablamos de pasado y de futuro, mas, ¿y el presente? ¿Acaso el Señor no viene a nuestro encuentro en este tiempo de iglesia? De ninguna manera. De la misma manera que Él nos dejó al Espíritu Santo, al Consolador, a la espera de su retorno, también nos regaló la bendición de su presencia mediante la Santa Cena. ¿Cómo debemos acercarnos, entonces, a la presencia viva de Cristo en el pan y en el vino?

En la primera venida de Jesús, Juan el Bautista llamaba al arrepentimiento sincero de las gentes, corrompidas por sus pecados. Las personas estaban ciegas y muertas en sus fallas. Sin volver sus miradas a Dios, sin darse cuenta de que la ley las estaba condenando, haciendo manifiestos sus pecados, iban a perder la oportunidad de alcanzar la vida eterna cuando el Verbo naciera y caminara entre ellos. No iban a reconocer la presencia viva del Hijo entre ellos, sino que lo condenarían como blasfemo y participarían en su derramamiento de sangren. Tomarían juicio de condena para sí.

En la venida gloriosa del Hijo del Hombre que leemos en el Evangelio de Marcos, Jesús da las señales de su retorno.  Habrá días de persecuciones terribles. Mas los que perseveraren hasta el fin serán salvos. Estate preparado y vela para la venida en gloria del Señor.

La misma preparación debes tener para recibir la venida de Cristo en los elementos del pan y del vino. En la comunidad de Corinto, los fieles faltaban al respeto a Jesús, despreciando la singularidad de la Eucaristía. Ellos la tomaban por comida común, mezclándola con sus ágapes o aprovechándola para saciar su hambre o sed. No toda comida realizada en comunidad es la Cena del Señor, de la misma manera que no todo profeta nacido de mujer era el Cristo. Actuando así, estaban condenándose a sí mismos, del mismo modo que se condenaban los duros de corazón que tenían a Jesús como un embaucador o un blasfemo. No reconocían que estaban ante la presencia real y viva del Hijo de Dios que se vino al mundo para remover los pecados del mundo, que vino a ti en la Santa Cena, para quitar toda tu inmundicia.

Recuerda que cuando te acercas a la Santa Cena, vas a tocar con tu corazón la presencia real de Cristo que viene a santificarte, a remitir tus pecados, a sanarte y a reforzar tu fe en Él. Jesús te está diciendo: “No tengas miedo, estoy contigo. No te abandono”. No es comida para tu estómago, para tu cuerpo, sino comida para tu alma. Es una comida de esperanza que mantiene viva tu fe hasta el retorno del Hijo del Hombre. No la tomes por comida ordinaria. Aprovecha el regalo que Jesús te da para acercarte a Él, arrepentirte de tus faltas y recibir la esperanza, la paz y la tranquilidad que solo la Gracia del Dios Trino puede ofrecerte.



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