2º DOMINGO DE CUARESMA.
La única fuente que te sacia es Cristo.
Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua,
volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte
para vida eterna
Juan 4: 3-42
¿Has meditado alguna vez
sobre la Palabra de Dios mientras cocinabas, escuchabas música o caminabas? Tu
encuentro con Cristo puede producirse en cualquier momento, a cualquier hora.
Cualquier quehacer cotidiano puede ser una buena ocasión para escuchar el
mensaje de salvación de Jesús. Jesucristo puede aparecer en tu mente y en tu
corazón mientras estés fregando la loza, barriendo el suelo, caminando por la
playa o conduciendo camino del trabajo.
Un día cualquiera a
primera hora de la mañana, una mujer cualquiera de Sicar en Samaria salió de su
casa para tomar agua del pozo que construyó Jacob para dar de beber a su clan.
Ella jamás habría pensado que en esa jornada aparentemente ordinaria iba a
encontrarse con el Cristo que tanto judíos como samaritanos esperaban desde
hacía generaciones. Allí estaba Jesús, apoyado en el pozo, pidiéndole agua para
saciar su sed.
Los samaritanos no eran
judíos ni israelitas étnicos. Los samaritanos constituían una mezcla de
poblaciones que los asirios habían asentado entre Galilea y Judea cuando
deportaron y dispersaron a diez de las doce tribus de Israel. Esos extranjeros
mezclaron su sangre y costumbres con el remanente de Israel que allí
permanecía, por lo que a ojos de los judíos se habían corrompido. Asimismo, los
samaritanos no adoraban en el Templo de Jerusalén, sino en su propio monte,
Guezirin, en Siquem. Eran tenidos por tan impuros que los judíos no podían ni
tocarlos ni hablar con ellos ni siquiera acercarse a sus tierras, por lo que a
menudo evitaban Samaria bajando por la ribera del Jordán desde Galilea a
Jerusalén. Jesús cuya inmaculada persona no conocía pecado, no temía adentrarse
en Samaria para llevar la Buena Nueva también a este pueblo, desviado de los
caminos del Señor.
Tú como los samaritanos
quizás has sufrido rechazo por alguno de tus pecados. Te habrán considerado
indigno de ser tocado por la Gracia del Señor. Jesús lo sabe. Por eso se acerca
a ti en tu día a día, aunque no lo quieras ver, pidiendo que le des agua, que
le abras tu corazón para que Él pueda entregarte fuentes de agua que te llevarán
a la vida eterna.
La samaritana pudo haber
huido, seguido su camino, evitando a ese extranjero extraño que intentaba
hablar con ella. Sin embargo, ella, a pesar de su incredulidad inicial, entabla
conversación sincera con Jesús: “¿cómo vas a sacar agua de este pozo tan hondo?”,
pregunta sincera. ¿Cómo puede Jesús arreglar una vida tan desastrosa como la
mía? Te oigo decir. Esta duda es normal en los corazones no arrepentidos, en
los corazones que miran la vida con los ojos de los sentidos y no con los ojos
de la fe. Con ojos que por mucho que sacien tus necesidades materiales, tu hambre,
tu sed, tus vicios, tus anhelos y deseos, jamás van a poder mirar cara a cara a
aquel que te dará lo que nadie te puede dar: la vida eterna. Jesús te da la
oportunidad de recibir el don de Dios, el Espíritu Santo.
Jacob construyó ese pozo
y lo dejó en heredad a su hijo José. Jacob se preocupaba por la sed de su
pueblo. Lo que no sabía Jacob es que Dios movía su corazón a la construcción de
una fuente material, terrenal que serviría para ilustrar magistralmente como el
Mesías, también preocupado por la sed de su pueblo, construiría mediante la
resurrección de su cuerpo un pozo eterno del que emanaría para siempre su agua,
su Gracia; Gracia que te la dio en heredad a ti, su hijo, para que ahogue para
siempre el aguijón de la muerte que te acecha.
Esta mujer fue tocada
por el Espíritu Santo y con seguridad le pide a Jesús que le otorgue esa agua
tan milagrosa que hará que jamás tendrá sed. “Señor, tú eres profeta”,
confiesa. Si estás aquí hoy en esta Iglesia tú también has recibido el Espíritu
Santo que te hace nacer de nuevo. Posiblemente te hayas encontrado con Jesús en
tu vida y hayas nacido de nuevo, por medio del Espíritu Santo, para acceder a
ese río inagotable que es la Gracia de Dios. Tú has confesado que Jesús es el
Cristo, el único mediador con el Padre, la fuente inagotable que emana
esperanza, fe y amor en una vida oscura.
Hoy en esta Cuaresma,
poseído por el don de Dios, por su Santo Espíritu, grita cada día, sin miedo, ¡Señor,
dame de beber! Porque el cristiano debe nacer de nuevo cada día, ahogar sus
pecados en esas aguas milagrosas cada día, arrepentirse de sus faltas cada día,
orar cada día y agradecer a Dios por todo lo que tiene cada día. En definitiva,
adorar en Espíritu y en Verdad cada día, no en montes sagrados, sino en las
profundidades de tu corazón. Adorar en Espíritu significa adorar con humildad,
recordando que el sacrificio que más agrada al Señor es un corazón arrepentido
y fiel. Adorar en Verdad implica adorar confesando las doctrinas enseñadas en
las Sagradas Escrituras: que Cristo es el Hijo de Dios que siendo de la misma
naturaleza que el Padre, fue engendrado de la Virgen María por medio del
Espíritu Santo, para tu salvación en la Cruz, que resucitó de la muerte y que
subió al cielo, sentándose a la diestra del Padre, desde donde ha de venir a
juzgar a vivos y muertos y a instaurar su reino eterno. Humildad y fidelidad a
la Verdad. Así te pide Jesús que adores al único Dios.
Ahora en tus quehaceres
domésticos piensa que Jesús está a tu lado, pidiendo que le des de beber, que
le escuches. Cuando lo veas con los ojos de la Fe, acércate a Él humildemente,
aun abatido por tus pecados y problemas diarios, y pídele que sacie tu sed.Sus
aguas de vida eterna son inagotables.
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