14º DOMINGO DE COTIDIANO.
Lucas 6: 37-46.
O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja
que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita,
saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja
que está en el ojo de tu hermano.
Deseo
que reflexiones sobre las veces que en tu hogar, en tu centro de trabajo, en tu
iglesia o entre tus amigos has desaprobado públicamente, a veces sin merecerlo,
a un semejante por algo que ha hecho o dejado de hacer. De cierto que has
criticado la vestimenta, la forma de platicar, su estilo de trabajar o sus
opiniones. Te has sentido durante unos minutos superior al hermano objeto de la
condena. Has sentido orgullo porque los demás alaban tu sagacidad o tu
capacidad de analizar críticamente a otro. Has sido piedra de tropiezo para
otra persona que se ha visto obligado a compartir tu sucio parecer sobre
alguien.
Con
todo, te has sentido ofendido por cualquier ataque recibido de un semejante.
Acusamos por cualquier cosa a nuestro prójimo y siempre nos
excusamos a nosotros mismos; queremos vender caro y comprar barato; deseamos
que se haga justicia en la casa del otro pero que en nuestra casa haya
misericordia y tolerancia.
Pedimos humildad pero entregamos condena. Lo que hacemos por otro
siempre nos parece mucho y lo que el otro nos hace lo tenemos en nada. Te fijas
en lo insignificante del otro, en su paja en el ojo, lo machacas y lo humillas
por ello, más obvias los terribles pecados que se ciernen sobre tu alma, esa
viga que te impide ver la oscuridad de tu acción.
San Juan Crisóstomo afirma que difícilmente se encontrará alguno
-ni padre de familia, ni religioso- que no incurra en este error; son también
éstas, insidias de tentación diabólica, porque el que se ocupa en juzgar los
defectos ajenos con severidad, nunca se hará acreedor al perdón de sus propios
pecados.
Con aquella vara de medir con la que trates a tus semejantes, así
serás juzgado por Cristo cuando llegue tu hora. Si pones tus dardos en la diana
del prójimo, escudriñando hasta el más exiguo detalle de su vida, el Señor que
nada le es ajeno no va a pasar ni el más mínimo pecado venial de tu caminar
vital.
El Señor nos manda no juzgar ni condenar. Él nos invita a
perdonar.
El no hacer se resume en: no juzgar ni condenar. Sé consciente de que
por mucho que lo intentes, la inclinación al pecado que habita en ti va a presionar
para juzgar o condenar aun de manera minúscula a un hermano con el que no
concuerdes. Eres sabedor de tal terrible verdad. La verdad te aprieta el
corazón.
Perfecto, un corazón contrito es un sacrificio agradable al Señor.
Por ti, murió Cristo en la cruz, clavando tu pecado en ese bendito madero.
Cristo te ha juzgado con benignidad pues sabiendo que mereces la
muerte eterna, Él ha lavado tus pecados gratuitamente. Ésta es la justicia de
Dios: que mereciendo el mal, recibes el bien.
Cuando sientas la tentación de murmurar o condenar a otro,
recuerda la justicia de Cristo: trata a los demás como Cristo te trata a ti,
dando bien por mal. De este modo el tesoro de tu corazón regenerado por Jesús
producirá fértiles frutos de amor y justicia para con los demás. De la
abundancia de tu corazón hablará tu boca.
Repasemos el noveno mandamiento que en el inicio del oficio
rememorábamos: no levantarás falso testimonio contra tu prójimo.
¿Qué significa esto? Según nuestro Catecismo anglicano, implica
que debes amar a Dios y, en inevitable consecuencia de ello, a tu prójimo
hablando con verdad y gracia, evitando que tu lengua mienta, calumnie o
critique. Debes hablar la verdad en amor a tu prójimo, denunciar las ofensas
que sufre e intentar siempre disculpar sus acciones.
¿No es esto lo que hizo el Santo de Dios cuando se hizo hombre
para vivir y sufrir por ti? Pon tu mirada en su justicia, deja obrar al Espíritu
Santo en ti, permite que tu corazón contrito se transforme, dando frutos de
arrepentimiento para finalmente confesar con tu boca que, como Cristo te ha
perdonado a ti, ofensor, así vas a perdonar tú siempre a tus enemigos.
Comentarios
Publicar un comentario