18º DOMINGO DE COTIDIANO

Las llagas que sanan.


Lucas 16:19-31. 

Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos.

El viejo rico no temía a Dios. Vivía ostentosamente realizando suntuosos banquetes cada día, desperdiciando el patrimonio que Dios le ha había dado en finos vestidos e innecesarios lujos. Tenía otros dioses aparte de Dios: el lujo y las riquezas. No empleaba sus bienes conforme a sus buenos usos. Los dones materiales que Dios te ha concedido no te los ha dado en calidad de amo, sin obligaciones, sino como sabio administrador, para que, satisfechas las necesidades propias y de tu familia, sean empleados sabiamente para el bien común y de los menesterosos.

Fuera, en la sucia calle, vivía el menesteroso Lázaro. Humillado y herido, apenas aspiraba a comer los restos de las migajas de pan que caían de la suntuosa mesa del rico.

La muerte, consecuencia del pecado, llega a todos, a los puros y a los impuros, como indica Eclesiastés. La muerte te puede llegar a ti en cualquier momento. Hoy hay gente que desciende al infierno o asciende al cielo. La inevitable muerte le llegó al rico orgulloso y al pobre Lázaro. Ambos descendieron al Hades, aunque con destino distinto. El rico fue arrojado al tormento eterno y Lázaro fue acogido por los ángeles en el seno de Abraham.

Lázaro no abre la boca durante nuestra parábola. El rico, en cambio, no cesa de conversar. En el tormento la actitud del rico continuó siendo impía. Intenta negociar sin cesar cierta reducción de su sufrimiento. Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Reclama sufriente.

Dada la imposibilidad de salvación de sí mismo, intenta que sus hermanos eviten su triste fin mediante la aparición del propio Abraham a ellos para advertirles del fin. No solo pretendía salvarse a destiempo, sino que intenta salvar a otros mediante testimonios ajenos, mediante apariciones de muertos, mediante milagros ajenos a la Palabra de Dios. Su mente sigue desconfiando de la Palabra de Dios. Dios te dice: santifica el día de reposo, oyendo y meditando sobre la Palabra de Dios. El rico pecador dice: necesito que los muertos resuciten y se aparezcan para que los demás crean. Hoy día muchos anhelantes de vida eterna dicen: mira lo que afirman los que retornan de la muerte, o mira lo que ha profetizado mi apóstol o mira lo que dijo la Virgen María en esta aparición, yo los creo. Abraham dice: a Moisés y a los profeta tienen, óiganlos. Oye las promesas de Dios que te dice: arrepiéntete, cree en el Señor Jesús y serás salvo.

 

Jesús, que no tenía donde reposar su cabeza, repleto su cuerpo de llagas por su sufrimiento en la Cruz, acudió sin abrir la boca al matadero, al encuentro con la muerte. Jesús descendió a los infiernos predicando su Evangelio y liberando a los espíritus que como Lázaro murieron esperando y descansando en Dios. Venciendo a la muerte, resucitó al tercer día. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Ya la muerte no tiene poder sobre ti.

 

Jesús abre la puerta a un banquete mucho más espléndido que el mejor de los banquetes del rico. Un banquete que no tendrá fin y en donde no hay dolor ni sufrimiento. En la Eucaristía se nos anticipa la bendición de tal banquete eterno.

Ahora revestido del fino lino que Cristo te proporciona, alimentado con el banquete celestial de Jesús, unido a Él, comparte esta buena nueva con tus semejantes y orienta tus riquezas al bien de los Lázaros que te rodean.

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