19º. DOMINGO DE COTIDIANO
La tentación de la auto justificación.
San Lucas 18:10-14.
porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será
enaltecido.
Qué vergüenza de hombre. No
merece ser llamado cristiano. Llamarlo hijo de Dios es un insulto a aquellos
que como yo vamos a los oficios cada domingo, oramos cada día, damos nuestras
ofrendas, cumplimos los mandamientos…¿Te son familiares estas expresiones?¿Has
pensado así alguna vez? Fijándote en lo mal que hace el otro, te enorgulleces,
queriendo o sin quererlo, de tus obras.
Bajo una falsa piedad el
fariseo se pone cerca del altar de Dios y da gracias al Altísimo por no ser
como ese sucio publicano que ni ayuna ni da diezmos ni teme a Dios. El fariseo
se juzga buen hijo de Dios. Con el pretexto de la buena obra, el fariseo se
está colocando en la posición del propio Dios. Su hipocresía viene realzada por
el hecho de que bajo una apariencia de agradecimiento, solo intenta humillar al
publicano y engrandarse a sí mismo.
¿Acaso sabes cómo es el
corazón de tu vecino como para que hables en esos términos peyorativos hacia
él? ¿Tan seguro estás de tus obras que crees que han curado tu alma y que te
servirán delante del Dios Altísimo?
Hoy te digo que tus obras no
valen nada. Todo lo que has hecho en tu vida es como una mota de polvo movida
por el viento del desierto. Dios no mira lo que has hecho, sino lo que has
amado. ¿En donde tienes tu tesoro, hermano?¿ En las veces que has ido a la
iglesia o en la gloria de Dios? ¿En ti o en Cristo?
Si el fariseo o tú fuerais
salvos por lo que hacéis, vana es la resurrección de Cristo. Yo te proclamo hoy
que por causa de tu inclinación a justificarte a ti mismo, a confiar en tus
obras, tuvo que hacerse carne el Hijo unigénito de Dios, para morir en la Cruz
por ti. Tú, incapaz de amar fuera de Dios, has sido redimido por la sangre del
Cordero. Tú, que miras por encima del hombro al prójimo, has sido justificado
por el Mesías victorioso. ¿Lo mereces? No. ¿Lo necesitas? Sí.
Busca el rostro de Dios,
hermano. Sus obras son las que te transforman, no las tuyas. Sus obras en la
cruz te hacen ver tu insignificancia. Su muerte te hace ver la Verdad. Su
resurrección te otorga la humildad que el publicano mostraba ante sus pecados.
Fíjate como el publicano se
colocaba en último lugar. Se sabía no merecedor del perdón. Su corazón estaba
contrito, estaba roto por su pecado. Él estaba enfermo y lo sabía. Por eso Dios
se inclinó hacia él y se apiadó de su alma por medio de Jesucristo, medico de
pecadores. Imagina la alegría que sentiría al oír el perdón por causa de la
muerte y resurrección de Cristo. Una alegría inmensurable; un amor y
agradecimiento a Dios que darían benditos frutos de esperanza y amor. Por su
humildad receptora del sacrificio de Cristo, ascendió a los cielos. Así quiero
que te acerques a Cristo: con sencillez y gozo de verte regenerado por su obra
redentora.
Recuerda al orgulloso
fariseo la próxima vez que vayas a hablar mal de un cristiano y a alabar tu
supuesta piedad. ¿En quién estás confiando más? ¿En tu justicia o en la de
Cristo?
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