25º DOMINGO DE COTIDIANO
El incomprendido amor de Dios.
Y
después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará. Pero
ellos nada comprendieron de estas cosas, y esta palabra les era encubierta, y
no entendían lo que se les decía.
Clama
a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no
conoces.
Lucas
18: 31-34.
Para ti, ¿qué es el
Evangelio?¿unas enseñanzas morales para ser una buena persona?¿unas guías que
sigues en tu vida para que ésta sea fructífera?
Jeremías entregó un mensaje
de Dios a un abatido pueblo hebreo. Los hebreos estaban desconsolados,
desesperanzados por la destrucción de su amada Jerusalén por parte del
despiadado rey babilónico Nabucodonosor II. Una buena parte de ellos, principalmente
de clases altas, había sido llevada por la fuerza a la opulenta pero pagana
Babilonia, viéndose forzada a abandonar los ritos de sus padres. Imagina su
desesperación. Dios había empleado a las fuerzas de los caldeos como azote para
castigar a un pueblo que le había dado la espalda. Dios permitió la destrucción
de su ciudad santa, incluso de su santo templo, para que su pueblo fuera
disciplinado y volviera a Él por medio de una promesa. La promesa de esperanza
que elevó su profeta Jeremías: el Señor Todopoderoso que nunca se olvida de su
pueblo los iba a curar. El Señor iba a limpiar los pecados de su rebelde pueblo
e iba a permitir que regresara a Jerusalén. No estábamos allí pero estoy convencido de que
más de uno miraría a Jeremías con burla, con escepticismo o directamente con
odio. ¿Cómo creer que iban a volver a su ciudad si acababan de ser desterrados por
el rey más poderoso del mundo que, además, había reducido a cenizas la casa de
Dios? Lo tendrían por loco. Sin embargo, ¿qué pasó? La promesa se cumplió
finalmente bajo el reinado de Ciro, el rey de reyes persa, que liberó a los
exiliados judíos de Babilonia para que finalmente regresaran a la ciudad de
Sión e iniciar la reconstrucción de su templo.
Cuando Jesús vio acercarse
el final de su ministerio en la tierra anunció a sus apóstoles que había
llegado la hora de subir a Jerusalén para cumplir la Escritura muriendo y
resucitando por el mundo. Los apóstoles no lo tomarían en serio o quizás ni lo
quisieran oír. ¿Sería algo simbólico lo que dice el Maestro? ¡Él atrae
multitudes, expulsa demonios, cura ciegos y paralíticos, resucita muertos!
¿Cómo va ir a sacrificarse voluntariamente subiendo a Jerusalén? Nada de eso,
es imposible. Él va a sentarse en el trono de David en Sión y expulsar a los
invasores. Él con mano de hierro iba a restaurar los días dorados de Salomón.
La incredulidad ante lo
aparentemente imposible o contradictorio es algo que tenían en común los
hebreos en el exilio, los apóstoles y tú. Por eso, de nuevo te pregunto: ¿qué
es para ti el Evangelio?¿Quien es para ti Cristo?
Dios permitió la destrucción
de su santa ciudad y la muerte de su Santo Hijo por los pecados de los hombres
como medio para darles a ellos y a ti la curación que necesitaban y necesitabas
por sus y tus faltas. Jesús es el nuevo y definitivo Templo donde todos tus
pecados son lavados con su sangre, la victima perfecta, sin mácula.
He aquí el Evangelio,
hermano. He aquí la buena nueva de salvación: que Dios amó tanto al mundo que
entregó a su Hijo para que quien crea en Él no se pierda, mas tenga vida
eterna. He aquí el amor que excede de todo conocimiento humano. He aquí el
poder de Dios de hacer posible lo imposible y de transformar la muerte en vida.
Él permite la destrucción de lo sagrado por ti. El promete la reconstrucción de
lo sagrado por ti. Los judíos en los tiempos del exilio babilónico no
entendieron la promesa de salvación. Los apóstoles no comprendieron en ese
momento el regalo inmenso que Cristo les estaba anunciando esa tarde. Tú no
comprendiste el Evangelio cuando vivías apartado de Dios. Veías absurdo que
Jesús tuviera que morir para cumplir la promesa de salvación. ¿Cómo Dios iba a
permitir que hicieran sufrir a lo que más quería? Sin embargo, yo te pregunto
hoy, ¿lo comprendes ahora?
Lo hizo por amor.
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