DÍA DE LA REFORMA

Cristo, el centro de la Reforma.

Lucas 20:9-18.

Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto. Mas los labradores, al verle, discutían entre sí, diciendo: Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea nuestra.




En la víspera del día de Todos los Santos, un joven monje agustino alemán, indignado por la corrupción eclesial en lo tocante a la salvación de los hombres, se atrevió a alzar su voz. Inicialmente, su anhelo era simplemente comenzar un debate académico sobre la legitimidad de la venta de indulgencias cuyo fin consistía, mediante la compra de una indulgencia, en la reducción del tiempo del alma de familiares o allegados del comprador en el purgatorio. No obsante, aquel simple gesto fue empleado por Dios para ir purgando, paulatinamente, su amada iglesia de supersticiones y errores humanos que habían ido acumulándose en los siglos precedentes y que fueron oscureciendo el núcleo esencial de la fe cristiana: el triunfo de Cristo en la Cruz.

Si Cristo es sacrificio suficiente y eficaz para todos los que en Él creen, ¿qué necesidad existe de complementar tu salvación con méritos ajenos a Él, propios o de los santos?, ¿qué legitimidad tiene el Papa de dispensar a su arbitrio los méritos de santos para la salvación de los creyentes?, ¿por qué no mirar con el respeto que merece al Hijo amado que siendo Dios se hizo carne para vivir como hombre, sufrir como hombre en la Cruz y finalmente resucitar de entre los muertos para que ya no vivas tú, hombre caído, sino que habite Cristo en ti?

Dios creó su heredad buena. Confirió al hombre, suprema criatura de toda la creación, una naturaleza a imagen y semejanza suya. El hombre en su estado original tenía plena libertad y capacidad de amar a Dios, de obedecer a Dios y de vivir eternamente. Sin embargo, ejerciendo mal tal libre albedrío, Adán prefirió seguir su voluntad, corrompiendo su naturaleza con el pecado. La relación con Dios se quebró. Había que restaurarla.

El pecado es el causante de todas tus desgracias. Es el motivo por el cual, los dueños de la heredad, los judíos, no escucharon a sus profetas e incluso mataron al amado Hijo de Dios. Mas el Señor no quiere que nadie se pierda, sino que todos alcancen la salvación. Por eso levantó a su Hijo de entre los muertos para restaurar tu relación con Él.

De esto trata la Reforma, hermanos: de reconstruir tu relación con Dios. ¿Cómo? A través de la victoria de Cristo sobre la muerte recibida en el creyente mediante una fe genuina, viva y rica.

Muchos santos varones murieron por causa de esta Buena Nueva en Europa. Recordemos a Juan Wyclif, a Pedro Valdo o a Juan Huss, varones mediaveles, protoreformadores, perseguidos por los que se tenían por dueños de la heredad de Dios, la Iglesia, porque advirtieron al pueblo de la necesidad de arrepentirse y de poner solo su fe en el Cristo victorioso. Los dueños de la heredad se atrevieron a matar a los mensajeros de la misma manera que los dueños de la vieja heredad persiguieron a profetas como Elías, Eliseo, Jeremías o Isaías. Estos falsos creyentes que se tienen por piadosos servidores de Dios mas asesinan a sus mensajeros, han sido y serán desmenuzados por colisionar con la piedra indestructible: Cristo. Así les aconteció a los judíos, dispersos y perdidos. Así les pasará a todos aquellos que intentan acallar a los profetas y mensajeros del Evangelio.

Lutero triunfó donde otros aparentemente fracasaron. Ni a él ni a otros pudieron acallar su mensaje acerca del solo Cristo, porque es imposible impedir que el Evangelio se abra paso entre el pueblo de Dios, como arroyo salvaje en barranco cubierto de espinos. Porque si Lutero hubiera sido callado, las piedras clamarían.

Ahora te toca a ti hacer honor a la Reforma. Cristo murió por ti y resucitó por ti por puro amor. Recíbelo en tu vida mediante la fe. Has nacido de nuevo mediante tu bautismo y conversión. Por tanto, toda obra que salga de tus manos o palabra de tu boca sea movida por el amor de Dios. Proclama al mundo la victoria de Jesús sobre la muerte. Que el mundo no te calle porque Cristo ya ha vencido.

 

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