CUARTO DOMINGO DE COTIDIANO

La humildad del centurión nos abre el camino al Padre.

Mateo 8:1-13.

Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará.

 

 


Todos pueden salvarse. Todos deben saber que pueden ser salvos. La salvación del hombre no es algo restricto a un grupo determinado, selecto de personas, en función de sus características. La salvación procede única y exclusivamente de Dios. Es el Señor quien envía su Santo Espíritu a las gentes de oriente a occidente.

 

En la época de Jesús, existía la creencia generalizada que la salvación era exclusiva del linaje de Abraham. Solo los circuncisos que cumplían la Ley de Dios podían disponer del favor, de la gracia de Dios. ¿Cuántos circuncisos, sin embargo, rechazaron a Elías? ¿Cuántos circuncisos no creyeron a Moisés en su retorno a Canaán? ¿Cuántos de ellos ignoraron las advertencias de Isaías?  Jesús era consciente de todo ello. La promesa del Mesías rechazado por su pueblo sobrevolaba en su mente y estaba presente en sus discursos. El pueblo judío iba a rechazar al hijo de David en su inmensa mayoría. Vendrían naciones de oriente y de occidente, no obstante, a aceptarlo y adorarlo.

 

He aquí que encontramos al centurión romano. Posiblemente de origen grecosirio, comandaría una de las centurias de las legiones auxiliares, formadas por indígenas, que custodiaban la provincia romana de Siria o la prefectura de Judea. Él no era circunciso en carne, mas lo era de espíritu. Él no era experto en la Ley, posiblemente ni la cumplía al estilo de los fariseos, mas el Espíritu había entrado ya en su corazón. Buscando a Jesús, le pide que cure a su siervo. El Señor le promete ir en persona a su casa. Pero aquel, con ferviente humildad, replica: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, solamente di la palabra y mi criado sanará.

 

Imagino la faz de Jesús al oír tal declaración de humildad. Ni en todo Israel he hallado tanta fe. El Señor vino a Israel, tomó carne del linaje de David, se acercó a los judíos, les habló, les mostró su significado, les intentó abrir los ojos. La promesa se les había hecho a ellos. Sin embargo, este centurión era de un pueblo extraño. ¿Cómo es posible que tanta fe se halle en un extraño?

 

No juzgues a los demás por las veces que va a la iglesia o se tiene por salvo. Es posible que algún día halles a alguien de otra tradición a la tuya o simplemente que no se puede permitir acudir a la iglesia que demuestre una fe tan apasionante, tan poderosa que deje la tuya como la de un fariseo. La Iglesia es el cuerpo de santos regenerados y solo Dios sabe quien lo ha recibido en su corazón. Ese amor a Jesús lo podemos hallar donde menos lo esperamos.

 

Jesús hace nueva todas las cosas e incluye en su redimido pueblo a todos los que en Él confían. El gran olivo de Dios tiene muchas ramas injertadas. Dios ha expandido su pacto con todas las naciones. Cristo es la simiente de Abraham en la cual serían benditas las naciones todas. Cristo es la Palabra de Dios con la que en el principio el Padre creó el cielo y la tierra. Cristo es la Palabra viva que cura al hombre que se ha desviado de su camino y ha empañado la imagen de su creador en él.

 

Este centurión que nos representa a nosotros, los gentiles, puede ser cualquiera, hoy día. Cualquier persona que veas caminar por la calle necesita ser salva. Necesita la sanadora Palabra de Vida que solo Jesús puede ofrecer.

 

La muerte y resurrección del Señor se hace por tus pecados y por los de todos aquellos, independientemente de su raza, pueblo o condición, que ponen la esperanza en Su Palabra por encima de su voluntad o temor.

 

Miqueas en su capítulo 4 afirma que en los últimos días, el monte del Templo del Señor será establecido como el más alto, allá vendrán mchos pueblos y dirán: “vengan, subamos al monte del Señor, al Templo del Dios de Jacob”. El Señor dice: vendrán muchos de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.(Mateo 8:11) Este templo del Dios de Jacob será la nueva creación que nos ha traído Cristo, renovando toda la tierra. Tanto el centurión como tu vecino anónimo que han sido transformados por la fe resucitarán en el postrero día, habitando contigo en la Jerusalén celestial, en el verdadero templo, donde verás al trono de Dios y del Cordero, donde lo adoraréis juntos y verás su rostro (Ap 22:3). Allá donde toda lágrima será enjuagada.

 

Hoy aprende que el Espiritu Santo sopla donde quiere; que podemos hallar a centuriones fervorosos y humildes en cualquier esquina. Ahora yo te digo: no solo busques centuriones, sé como el centurión, para que los que se tienen por santos, hallen en ti, un ejemplo de humildad discreta y confianza plena en la voluntad del Señor.

 

Señor, ayúdanos a ser como el centurión fiel, haz que podamos servirte y confiar en ti, no en nosotros ni en la creación. Enséñanos a tener una fe tan fuerte que con decir que con una sola palabra tuya, seremos renovados y curados de nuestros pecados. Por nuestro Señor Jesucristo que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, un solo Dios, por todos los siglos, Amén.

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