4º DOMINGO DE CUARESMA
Sumergiendo al viejo hombre para que el nuevo nazca.
2 Corintios
5:16-21
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura
es.
En
estas semanas de Cuaresma hemos estado haciendo un llamamiento al sincero arrepentimiento.
Nos hemos centrado en poner en foco en nuestra maldad, en nuestra separación de
Dios por causa del pecado. Hemos puesto el foco en el viejo hombre. La
desobediencia a su voluntad empaña nuestra imagen y semejanza con el Creador.
El que siendo formado del polvo de la tierra y al que Dios entregó espíritu de
vida se señoreaba de todas las criaturas en nombre de su Creador. Este Adán estropeó
la creación, rebelándose contra aquel que lo creó. Lo tenía todo para disfrutar
de Dios mas se granjeó su enemistad.
Y
ahora el viejo hombre sigue viciado conforme a los deseos engañosos de aquello
que le parece atractivo, como Adán y Eva cuando comieron del fruto del buen y
atrayente árbol. Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el
mundo y por el pecado entró la muerte (Rom 5:12) El viejo hombre de pecado
nacido de Adán no ama al Señor, sino que, como enemigo de Dios, hace la
voluntad de la carne cuyas obras son : adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, contiendas,
disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías y cosas
semejantes a esta ( Ef 2:3) Y por todo ello el viejo hombre acumula la ira de
Dios sobre sí.
Al
contrastar nuestra vida con la Ley de Dios, con su Guía, ves que nada bueno hay
en ti y que como ovejas descarriadas has caminado fuera de los justos senderos
de Dios. Temeroso y contrito de corazón, solo puedes llegar a clamar: “Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado tu hijo”
(Lucas 15:18-19). “Señor, sálvanos que perecemos” (Mateo 8:25)
Y
nuestro Dios te perdonó. Al que no conoció pecado, por ti se hizo pecado, para
que seas hecho justo, santo y sin mancha delante de Él. A través de Cristo te
has reconciliado con tu Creador, con tu amado Padre que te recibe en su casa
con sus brazos abiertos. El sacrificio de lo mejor que tiene en la Cruz es la
mayor manifestación de su amor por ti.
El
viejo hombre ya no existe, ha sido crucificado juntamente con Jesucristo (Rom
6:6), para que ya no sirvas más al pecado, sino a aquel que dio la vida por ti
y resucitó por ti. Nadie puede servir a dos señores y tú sirves a aquel que te
rescató.
El
hombre nuevo nacido de las aguas del bautismo recupera la imagen de aquel que
le creó dañada por el pecado y se va renovando hacia su conocimiento pleno (Col
3:9-10) El que está en Cristo no es simplemente un hombre mejorado, sino un
hombre completamente transformado. Es una nueva creación, señalaba el señor
Wesley. El pecado ya no se enseñorea sobre él. Ya no ambiciona riqueza o lujos
porque su tesoro está en el cielo. Las vanas conversaciones ya no llenan su
vida porque ninguna palabra corrompida sale de su boca (Ef 4:29) La envidia ya
no habita en su corazón, sino que da gloria a Dios por la felicidad de su vecino.
El nuevo hombre no se venga contra el que le hace el mal ya que sabe que la
venganza pertenece al Señor. Bendice a aquel que le maldice. No devuelve mal
por mal, sino con el bien vence al mal (Rom 12:21). No reprende con maldad al
pecador, sino que le enseña con sabiduría y caridad, sabiendo que él fue antes
viejo hombre. Todo aquello que antes le seducía mas le condenaba no significan
nada para él porque en la Ley del Señor está su justicia y en ella se deleita
día y noche. Ya no vive para sí, sino para Cristo.
Así
como Dios lo creó del polvo, ahora Cristo lo volvió a crear, restableciendo su
propósito original: amar a Dios y a su prójimo, gobernando el mundo conforme a
los principios en los que fue creado: amor y servicio. Adán era el
representante de Dios en el jardín. El nuevo hombre es real sacerdote; forma
parte de la nación santa que pertenece a Dios, proclamando sin cesar sus obras
maravillosas (1 Ped 2:9-10) El nuevo hombre, al fin, reinará con Cristo en ese
nuevo jardín que está asentado en la nueva tierra, en la Jerusalén celestial
que descenderá desde las alturas en el día postrero.
Queridos
hermanos, habéis sido liberados de las ataduras del pecado con la muerte de
vuestro viejo Adán. Libertados de todo mal, ahora con una naturaleza completamente
transformadas sois libres para servir a vuestro Libertador. Mira a tu anterior
yo y mira a tu actual. El uno murió para que viviera el nuevo
Señor,
concede que nunca más resucite nuestro viejo yo, sino que, ahogando todos
nuestros malos deseos, sea el nuevo hombre el que se manifieste en nuestros
corazones y en nuestras obras, sabiendo que, en ti, oh Cristo, son hechas
nuevas todas las cosas.
Que
la Gracia del Señor Jesús, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo
sea con todos vosotros. Amen.
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