8º DOMINGO DE COTIDIANO

 


El Velo ha caído y la luz de Dios entra en tu corazón.

Pero cuando se conviertan al Señor, el velo será quitado (2 Corintios 3:16)

Grande temor se apoderó de los israelitas a los pies del monte Horeb cuando, entre estruendo de trompetas, fuego resplandeciente y estremecimiento de la tierra, el Señor se hizo presente cubriendo con una espesa nube el propio monte santo. Hasta allí subió Moisés a recibir la Ley, aquella guía para el pueblo, por parte del mismo Dios.

Impaciente por el retorno de su líder, demorado 40 días en la cima del santo monte, el pueblo convenció a Aarón para rendirle culto a Dios por un medio que Él no había previsto: a través de una imagen fundida de un animal. La ira de Dios se desata contra su insensato pueblo. Pese a que les había liberado de la esclavitud apenas 3 meses antes, su corazón, no convertido realmente, había vuelto a la esclavitud de la idolatría. Habiendo conocido a Dios, el pueblo no le glorificó, sino que trocarlo la gloria del Dios incorruptible por imagen de criatura corruptible (Rom 1:18-32)

Irritado Dios, pretende destruir ahora a esta desagradecida nación. Su ira se iba a desatar contra ellos cuando Moisés media, aplacando la justicia del Dios airado. El Señor les da una nueva oportunidad y les entrega unas nuevas tablas de la Ley.

En esta situación se hallaba Israel, cuando Moisés desciende, de nuevo, del Sinaí, portando consigo la nueva alianza consagrada en piedra. Mas su rostro era distinto, brillaba como ningún objeto en este mundo. Había hablado con el Santo de los Santos, el Fuerte de Jacob y no había muerto. Había visto cara a cara al Señor y no solo no pereció en el intento, sino que la propia luminosidad de Dios se había reflejaba en su rostro de hombre.

Los hijos de Israel temían. No podían mirarlo a la cara. La santidad de Dios reflejada en el rostro de su profeta contrastaba con su inmundicia. Ellos conocían que su Dios no se complacía en la maldad y que no podían habitar junto a Él (Salmo 5), que no entrará en el reino ninguna cosa inmunda (Apoc 21:27) y que Dios es luz y en Él no hay tinieblas (1 Juan 1). Tanta luz que ni podían alzar sus ojos. Moisés, apiadándose de ellos, tomó un velo y, colocándoselo en su rostro para evitar el exceso de luz, permitía que su pueblo dirigiera su mirada hacia él. Así hablaba Dios, por medio de un Moisés velado, al pueblo: indirectamente por causa del pecado de ellos.

La ley fue dada por su transgresión (Gal 3:9). Pueblo de dura cerviz, no podía estar ante la presencia de Dios con sus manos manchadas de iniquidad. ¿Temes al Dios santo? Bien haces, porque suya es la venganza y está airado contra el impío (Salmo 7) No tolera tu maldad.

Pero Dios no quiere que nadie se pierda, no quiere que mueras en tus pecados. Por ello envió al supremo mediador, Jesucristo, para ganar tu salvación, con su sangre rociada en el altar de la Cruz. Este mismo Jesús que ascendiendo al monte Tabor, se transfiguró en presencia de la Ley (Moisés) y de los profetas (Elías) que lo escoltaban mientras se oía la voz del Padre diciendo: Éste es mi Hijo amado, a Él oigan. La imagen de Dios se hallaba en nuestro Jesús. La luz de Dios se hacía manifiesto en su cuerpo. Él que es uno con el Padre trae a un mundo de tinieblas su luz.

Allí estaban, frente a Él, atónitos Pedro, Santiago y Juan. Viendo directamente la gloria de Dios, sin velo, ni protección. El Verbo hecho carne revelado en toda su gloria habitaba entre ellos.

Moisés fue un mediador temporal y su alianza a través de la Ley era pasajera. La mediación de Cristo es segura y eterna. Él selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza (Heb 9:11-15)

¿Por qué algunos siguen empeñados en relacionarse con el Creador como los antiguos israelitas que pensaban que con los ritos y las leyes exteriores iban a congraciarse con Dios? O peor aún, ¿por qué algunos viven como si nuestro Dios santo no les estuviera ofreciendo un pacto eterno sellado no por obras humanas, sino por la sangre de Cristo?, ¿por qué viven tan tranquilos amontonando la ira de Dios sobre sus cabezas?, ¿por qué hay algunos que se sienten indignos de ver a Dios cara a cara y lo miran a través de la seguridad del rito vacuo externo, como velo de hoy día? No pocos ponen como excusa el ser indignos e impuros para evitar acercarse al Señor en la Escritura o en la Eucaristía. Se empeñan en colocar un velo entre Dios y los hombres, despreciando a Cristo, mediador y sumo sacerdote.

Dios ama a los que temprano le buscan (Prov 8:17). Atrévete a mirarlo a la cara sin temor, sabiendo que la Cruz ha limpiado todo tu pecado y perdonado toda tu maldad. No hay velo ya que te separe del Dios Altísimo. La Gracia lo ha quebrado. No necesitas intercesores humanos o sacrificios, cruentos o incruentos.

Roto el velo del templo por la muerte expiatoria y la resurrección del Hijo del Hombre, ahora tú reflejas la gloria y la santidad del Altísimo en tu corazón. De la misma manera que Cristo es la imagen del Dios invisible, tú ahora eres imitador de Cristo (Ef 5) ante el mundo, portando su luz a las naciones. Eres hijo de la luz y no de tinieblas (1 Tes 5). Camina en sendas de justicia para que el mundo a través de tu amor pueda ver cara a cara al Dios que tanto lo amó.

 

En Almería, a 03/03/2025.

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