DECIMOTERCER DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD
Efesios
2: 1-10
Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don
de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
No sé si habéis visto en
vuestras vidas el cadáver de un hombre. Completamente parado, frío, sin alma.
Cuando se mira uno siente una sensación espantosa. El espíritu se ha ido y solo
ha dejado la ruina de un hombre.
Ese cadáver eras tú antes de
conocer a Cristo. Ese cadáver era yo antes de conocer a Cristo. Yo era un chico
que vivía de espaldas a Dios. No lo odiaba, simplemente no lo tenía presente en
mi vida. Amaba los deseos de la carne, haciendo la voluntad de la carne y de
mis pensamientos. No era consciente de mi estado caído. Simplemente, operaba
conforme a los deseos de mi ego. Yo era, sin saberlo, un hijo de la ira y de la
desobediencia.
Hijos de la ira y de la
desobediencia eran también los habitantes de Mesopotamia justo antes del
diluvio o los residentes de Sodoma. Ellos vivían constantemente dando la
espalda al Dios único, ahogando su tiempo en fiestas, fornicaciones e
idolatría. Se dejaban llevar por lo que su corazón les dictaba. No escuchaban
las admoniciones ni de Noé ni de Lot que les advertían de las consecuencias de
sus actos. Acumulaban ira sobre sus cabezas.
A pesar de mi condición y de
tu condición pecadora, como hijos de ira que fuimos, Dios, rico en
misericordia, te amó. Te escogió antes de la fundación del mundo por puro amor.
No te eligió por tus méritos ni por tu Fe, sino por su amor, por su Gracia
única y exclusivamente. Así como Dios optó por levantar a Abraham de entre los
caldeos o a Moisés de entre los judíos esclavizados en Egipto, Dios te ha
escogido a ti en este mundo secularizado y pagano para salvarte. Te ha elegido
en Cristo.
Cristo murió por ti en la
Cruz, murió por los pecados que cometiste siendo hijo de desobediencia. Cristo
resucitó por ti, venciendo la muerte que, sin duda, mereces. Cristo está
sentado a la diestra del Padre para interceder por ti.
El arrepentimiento es el
primer paso para la Fe. La Fe como don de Dios es lo que hace que tú hagas tuyo
ese sacrificio expiatorio de Cristo. Dios no te exige ninguna obra. Toma tu
perdón, es gratuito. ¿Estás listo para él?
Quiero decirte, hoy, que has
sido resucitado juntamente con Cristo, has sido regenerado con la sangre del
Cordero, para acceder a las moradas celestiales del Padre. Gracias a Cristo, Dios ya no te imputa tus
pecados.
En tiempo fuiste cadáver,
hoy eres ser viviente: vive libre del pecado por Gracia. Tu conversión no fue
por tus obras. De haber sido así, tu inclinación a la desobediencia te habría
llevado a jactarte de ello. Todo es dádiva libre de Dios.
Camina ahora en las buenas
obras que Dios formó en el principio de los tiempos, feliz y gozoso, sabiéndote
libertado del pecado, sabiéndote elegido por Dios.
Quiero acabar con el bonito
verso del famoso himno “Sublime Gracia”: Fui ciego mas hoy veo yo, perdido y El
me halló.
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