DECIMONOVENO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD.
Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.
Lucas
19:1-9.
Asciende a la Cruz
salvadora.
Zaqueo
era un hombre poderoso. Se sentía con autoridad y mando. No en vano se había
pasado buena parte de su vida coaccionando a los habitantes de Judea para que
pagaran los exorbitados tributos que la República romana exigía a su población.
No contento con ello, y aprovechando la ventaja que ofrecía Roma a los odiados
publicanos, requería al pueblo una cuantía superior a la mandada por sus
autoridades y llenaba sus bolsillos con la diferencia. Zaqueo era rico a costa
de los otros. Zaqueo se creía intocable.
Una
mañana cualquiera debió escuchar un bullicio creciente que surgía de la entrada
de la ciudad de Jericó. Al preguntar de qué se trataba, se percató de que
estaba viniendo a esa urbe el famoso rabino Jesús de Nazaret. Ese del que se decía
que expulsaba demonios, curaba leprosos y devolvía la vista a los ciegos. En
ese momento Zaqueo no lo sabía pero Jesús había ido a Jericó a buscarle a él.
Hasta
ese día Zaqueo ponía su corazón en sus riquezas fraudulentas. Esa mañana, sin
embargo, no sabemos cómo, el Espíritu Santo tocó su corazón y le hizo echar a
andar a buscar a Jesús. Era tanta la multitud que se agolpaba para ver a Jesús
que nuestro pequeño Zaqueo no alcanzaba ni siquiera a verlo. Zaqueo, al ver que
por sus propios medios no podía llegar hasta el Cristo, decide ascender a una
higuera seca cercana. Desde allí, encumbrado por encima del resto, tuvo una
visión perfecta de su Señor.
¿Has
notado alguna vez que tu condición de pecador no te permitía tocar a Dios,
sentir a Dios, amar a Dios? ¿Has sentido como tu pecado te ha apartado un tanto
de la presencia del Señor?
Sigue
el ejemplo de Zaqueo. Su baja estatura es tu condición de pecador. Contempla
con corazón humilde, sabiendo tus limitaciones y asciende al árbol de la redención:
el madero de la Cruz de Jesús. Por un árbol entró el pecado en el mundo y por
otro, el pecado del mundo fue perdonado.
Zaqueo
pecaba terriblemente de avaricia. Sin embargo, Zaqueo, movido por la Gracia del
Espíritu Santo, ascendió sin miedo a la higuera para contemplar su salvación.
Hoy
te digo, hermano, que en el árbol de la santa cruz podrás ver y tocar a Dios.
Allí encontrarás el indecible amor del Bendito que tomó tu pecado y lo derrotó.
Ese amor que empujó a Cristo a la vergüenza de la Cruz, que lo exaltó y que lo
tornó en el Vencedor del Mal, en tu Salvador.
Jesús
miró con amor y misericordia a Zaqueo. Él no hizo como tantos otros que no se mueven
ante las cosas de Dios. Él estaba deseoso de no perder la ocasión de ver al
Mesías.
El
amor del Dios vivo destruyó completamente el corazón duro de Zaqueo. El avaro
publicano lo recibió gozoso, estando dispuesto incluso a entregar a los
necesitados, a esos a los que antes exprimía sin piedad, la mitad de sus
bienes. Cristo al ver su fe lo bendijo posando en su casa.
Imagino
un gesto de gozo y de felicidad en el rostro de Zaqueo. De cierto, era aquella
sensación de paz que no provenía de nada humano lo que motivaba al publicano
resarcir sus pecados. Esa paz que jamás había sentido en su vida la tenía ahora
por obra y Gracia de aquel Jesús que había ido expresamente a buscarle a Él; a
traerle la salvación a él.
Jesús
es tu salvación. Cristo es quien, por medio de la Fe, te hace hijo de la
promesa, hijo de Abraham. ¿Sientes esa paz? ¿Sientes esa confianza de que tu
corazón regenerado ha sido elegido por Dios para que andes en caminos de obras
de misericordia? Cristo está en tu corazón, en tu familia y en tu hogar. Esa
paz ganada con su sangre es el mayor regalo que jamás te podrán entregar.
Y
todo fue gracias a una Cruz. ¿Estás dispuesto cada día a subir a ella para
contemplar tu salvación?
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