DECIMOSEXTO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD.
Ten tu seguridad en Cristo.
Evangelio:
SAN LUCAS 18: 18-30
Él
dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. Jesús, oyendo esto, le dijo:
Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás
tesoro en el cielo; y ven, sígueme
A veces seguro que te crees
un buen cristiano: no eres adultero, no hurtas, no mientes, respetas a tus
padres y a tu familia…Existe una expresión en algunos países de mentalidad
católico-romana de que uno se puede ganar el cielo con sus obras. ¿Acaso no te
portas bien diariamente con los tuyos?¿Acaso no colaboras en proyectos
caritativos y ayudas al menesteroso cuando lo ves en apuros? “Tienes el cielo
ganado” es otra expresión habitual que se lanza a favor de aquellas personas
que sufren de todo en su vida y que con sus obras dan una lección de
resistencia.
Algo así estaba pensando el
joven rico. Él se tenía por buen judío. No había dañado a nadie en su vida. ¿No
sería justo que entrara en la vida eterna? Él acudió a Jesús para que
confirmara su prejuicio. Quería sentirse orgulloso de sí y tranquilo. No veía a
Cristo como fuente de su salvación sino simplemente como un buen maestro que
iba a corroborar lo que pensaba de antemano. Él no estaría condenado. Sus obras
le iban a salvar.
Jesús lo sabía. Él es la
Sabiduría de Dios, por lo que conoce los corazones de las personas. Él sabe que
lo que te justifica no es lo que haces, ni lo que sientes. Lo que te justifica
es la Gracia de Dios, su amor por ti. El amor de Dios hacia ti recibido por
medio de la Fe en la obra de Cristo hace que mudes tu actitud de
autosuficiencia y de seguridad en lo que haces o posees. Cuando tienes a Cristo
percibes que sin Él nada eres, que cada día pecas y te alejas de Dios. En ese momento
te arrepientes de autojustificarte y empiezas a depender de algo superior a ti:
el Señor.
Sabiendo todo ello, Jesús manda
al confiado rico vender lo que más ama y lo que más le hace sentir seguro: sus
riquezas como condición para, a continuación, poder seguirlo. Renunciar al amor
por lo mundano por amor a Cristo. Renunciar a la aparente seguridad de lo
terrenal, por la cierta seguridad de lo espiritual. Cambiar tu tesoro en la
tierra por el tesoro en el cielo. He aquí la clave de nuestro Evangelio. Cristo
no te está aconsejando que vivas en la miseria por amor a Él. Para ciertas
personas que, movidas por el don habitar en la máxima pobreza, vivir sin nada
material es la manera que tienen de amar a Dios por sobre todo y no depender de
los bienes del mundo. Tenemos, por ejemplo, el caso de San Francisco de Asís.
No obstante, Cristo aquí está apuntando contra el deseo de buscar la seguridad
espiritual en tus obras o en tus bienes y no en la voluntad de Dios. Para esto
no necesitas ser como San Francisco y vivir sin nada. Para esto necesitas ser
humilde.
Tus obras no te hacen salvo,
no te ganan el cielo, ni si quiera tu Fe. Lo que te da seguridad es la Gracia
de Dios, su amor y la elección que tú recibes como don por medio del Espíritu
Santo, dador de Fe. Así lo corrobora la Sagrada Escritura en no pocos pasajes y
así lo corroboran nuestros Artículos de Religión (art. XI y X) cuando afirman:
Ante los ojos de Dios somos estimados como justos pero sólo por el mérito de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo por medio de la fe y no por nuestras
propias obras o merecimientos y que las buenas obras nacidas
después de la justificación aun agradables ante Dios no pueden apartar nuestros
pecados.
Pedro
y los demás habían dejado todo para seguir a Cristo. El amor les movió a obrar.
El Señor no te promete riquezas y éxitos terrenales si lo sigues, como algunos
modernos defienden en las llamadas teologías de la prosperidad. El Señor les
prometió y te promete a ti, hoy y mañana, seguridad y tesoros en el cielo. Te
promete bendición eterna que depende de lo único cierto que existe en el
universo: las promesas de Dios.
Por
tanto, te exhorto, hermano, a que no pongas tu tesoro en lo que tienes, sino
que seas capaz de tener tu mirada en el Cristo que dio su sangre por ti. Que
cada día, cuando te levantes, no pienses que vas a vivir por lo que tienes en
tu cuenta bancaria o lo que has hecho hoy, sino que ten certeza de que tus
caminos andan seguros porque Dios lo quiso así. Ten certeza de que si sigues la
única vía cierta, vas a tener unos tesoros maravillosos nunca imaginados en la
tierra reservados para ti en el reino de los cielos.
Pon
tu mirada en Cristo y echa a andar confiando en que Él dirige tus pasos.
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