SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE LA TRINIDAD.

¿Dónde tienes tu seguridad?

Marcos 10: 17-31

Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.

Qué perdido estaba el joven rico. Imagino un joven de buen aspecto, amable, educado, correcto, que verdaderamente desea alcanzar el reino de los cielos. Imagino un joven impulsado por la vieja ley a Cristo. Recuerda que la Ley es un ayo que te conduce al Evangelio de Cristo. Imagino un joven que al oír de aquel maestro tan famoso que vagaba por Judea se postro frente a Jesús, aquel al que consideraba un buen maestro, para hacerle la gran pregunta: ¿ qué haré para heredar la vida eterna?

Una pregunta que con certeza te has planteado alguna vez. ¿Seré un buen cristiano? Haciendo un examen de conciencia observas que en ocasiones cumples y en ocasiones incumples mandamientos. Arrepintiéndote, vuelves tu mirada a Cristo, sabiendo que Él cumplió la Ley perfectamente por ti para que puedas alcanzar tu tesoro en el cielo. Arrepintiéndote y por la Gracia de Dios, luchas cada día contra las tentaciones que te apartan del camino hacia Cristo.

El joven rico llevaba años luchando por cumplir la Ley. Se tenía por hombre decente. Su virtuosísimo, sin embargo, no había saciado su sed de vida eterna. ¿Por qué deseaba saber que más debía hacer para alcanzar la vida eterna?

Igualmente, tú has sentido que tus obras, incluso las más virtuosas, de nada sirven; no sacian tu sed.

El joven rico ansiaba respuestas.

Jesús se conmueve, le mira y lo ama. Lo ama con la ternura que Dios ama al pecador que necesita redención, que, aunque se crea virtuoso, en el fondo sabe que necesita algo que no consiguen sus manos laboriosas de buenas obras.

Cuando sufres por tus pecados, cuando te das cuenta de que por mucho que te esfuerces, no lo consigues solo, Jesús te mira con ternura y con amor. Jesús te ama, incluso en tu incapacidad.

A continuación, Cristo que conoce que el joven rico tiene su corazón en sus riquezas, le da la respuesta definitiva: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Le faltaba la Fe.

El joven rico había confiado toda su vida en su capital. Ello había inflado su seguridad, su capacidad de cumplir la ley, a sabiendas de que su bienestar y lujo no iban a peligrar. ¿Confiaba en Dios? No, confiaba en él y en sus riquezas. Sin embargo, sus riquezas y sus obras le otorgaban bienestar pero no saciaban su sed de vida eterna. ¿Qué hacer entonces? Abandonarlo todo y depositar su fe y esperanza en el Dios encarnado que tenía allí frente a sí o mantener una vida cómoda, depositando su esperanza en su capital y en sus buenas obras.

La respuesta de Jesús lo afligió. No se lo esperaba. Él esperaba una recompensa por su buen hacer, unas palabras de confort de Jesús. Buen chico, sigue así”. Nada de eso había acontecido. Jesús le estaba diciendo que lo vendiera todo y lo siguiera; quería que confiara en Él y solo en Él, sin ninguna red de seguridad en forma de riquezas.

No hubo arrepentimiento y nuevo nacimiento. El joven se marchó afligido, temeroso de perder sus beneficios acumulados.

¿Y tú? ¿Qué has dejado para servir a Jesús? ¿En qué confías más, en tus obras, en tus riquezas o en el Cristo, ese que murió por ti en la Cruz? ¿Qué es lo que quiere Jesús de ti?

Él quiere que recuerdes que Él ganó tu vida eterna en la Cruz; quiere que confíes toda tu vida en sus manos, manos atravesadas por los clavos que destruyeron tus pecados. Él quiere que adores al único Dios verdadero, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, un solo Dios. Él es un Dios celoso, por lo que quiere que no antepongas tus obras o tus riquezas a Él. Recuerda que todo lo que tienes en la tierra, a Él se lo debes. Recuerda que Él ha ganado la corona de vida eterna para ti, te la entrega en bandeja. Solo tienes que arrepentirte de tus pecados, de haber confiado más en ídolos que en Él, y seguirlo. Síguelo sin miedo porque su victoria es tu red de seguridad.

 

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