CIRCUNCISIÓN DEL SEÑOR

Lucas 2: 21-40.


Sosteniendo en brazos al bebé de tu salvación.

Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:

 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.

 

En las primeras décadas del cristianismo, había grupos que negaban la encarnación del Verbo, afirmando que Jesús, el Logos, no había nacido de mujer ni asumido nuestra carne. Otros, igualmente errados, insistían en mantener la legitimidad de las obras de la ley como forma de asegurar nuestra pureza y nuestra salvación.

¿Cómo es posible que Dios, el Hijo, el Verbo, haya adquirido forma humana y se haya rebajado así asumiendo cuerpo de hombre?¿Qué plan es éste que afirma que Dios lloraba como infante, orinaba y hacía sus deposiciones en una humilde casa de Nazareth? ¿Es acaso lógico que Dios haya sido arropado por sus padres en una sencilla cuna de madera?

¿Acaso era posible que Sara diera a luz con 90 años?

Simeón era un hombre sabio. El Espíritu Santo le había revelado que sus días no llegarían a su fin en la tierra hasta que conociera al Santo de Israel. ¿Qué hizo Simeón?¿Pensó que era imposible?¿Acaso tuvo por mentiroso al Espíritu?¿Lo creyó tan difícil que olvidó de la promesa?

Para nada. Simeón acudía rigurosamente al templo día a día al templo con la esperanza de que sus ojos vieran, por fin, al Ungido prometido. Simeón vio al Ungido siendo llevado por sus padres a cumplir la ley de Moisés, a ser circuncidado y a ofrecer un par de tórtolas a Dios.

Ahora yo te pregunto: ¿dónde vas a encontrar a Jesús, el Ungido? Siguiendo el ejemplo de Simeón, a Cristo lo hallarás obedeciendo estrictamente la Ley, liberándote de la maldición de la ley a ti que dudaste de la posibilidad de la Encarnación. Tú que si intentaras ganar tu salvación con tus obras estarías condenado; tú que sin Cristo nada eres vas encontrarlo siendo obediente en todo al Padre, a fin de reparar tus pecados. Pues está escrito que así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. 

Ahora bien, al verle observar la ley, cuidado no te escandalices ni lo catalogues entre los siervos, a él que es libre; esfuérzate más bien en penetrar la profundidad del plan divino. Al cumplirse, pues, los ocho días, en cuya fecha y por prescripción de la ley, era costumbre practicar la circuncisión de la carne, le impusieron un nombre, y precisamente el nombre de Jesús, que significa Salvación del pueblo.

Simeón al contemplar el bebé en sus brazos, extasiado, feliz, exclamó: Ahora Señor, despides a tu siervo en paz” Él estaba como encadenado. Sus cadenas fueron liberadas al tomar al pequeño. Ahora ya podía irse de este mundo en paz. Sus ojos habían visto al Salvador. Sus brazos habían tomado al Ungido. Él, confiando en la promesa, había alcanzado el perdón de sus pecados.

Abraza al pequeño Jesús. Confía en que Él ha cumplido por ti cada uno de los mandamientos. Al cogerlo con los brazos de tu corazón, el mundo muere para ti y las puertas del cielo se abren para tu alma. Ahora, Señor, puedo vivir en la paz que solo tú das y puedo descansar en ti, oh Dios.

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