23º DOMINGO DE COTIDIANO.

Ser como niños.

Lucas 18:15-17.

De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.

 


Maledicencia, paranoias, envidias, competencias, orgullo…De certeza que a menudo sientes en tu corazón alguno de estos pecados. Tales pecados son fruto de una naturaleza caída cuya maldad es aumentada por una sociedad cada vez más compleja. El pecado original es fruto de la caída de nuestros antepasados, entrando en el hombre por un hombre, y trasmitiéndose de generación en generación. No hay ni uno justo, dice el salmista, todos pecaron y todos se apartaron de Dios. Dios te creó libre, capaz de decidir sobre el bien y el mal, apto para elegir a Dios, conectarte con Dios, a través de tu propia esencia, fiel imagen del Creador. Ay del hombre que eligió desobedecer, ser su propio dios. Las consecuencias las arrastraremos siempre.

Parece que eliges pecar. Eliges pensar mal de tu prójimo, despreciarlo, enorgullecerte de tus éxitos, mirar con desprecio al débil, sentirte superior al despojado. El pecado reina en el pecador no arrepentido.

Sin embargo, ¿qué actitud tiene un niño? Él no se guía por la vanidad o por el resentimiento. Él es guiado por la inocencia y la curiosidad del que nada conoce. El niño ha heredado la inclinación al mal mas no peca voluntariamente. EL odio, la maledicencia o el egoísmo no habitan en él. Está ansioso por aprender. Recibe lo nuevo con una sonrisa y alegría. Durante esos momentos no hay nada más importante en el mundo que el objeto recién descubierto.

Jesús quería tener niños cerca. Los amaba. Los abrazaba. Te exhorta a ser como ellos. Jesús padeció en la Cruz por los niños para que tú fueras como uno, sin pecados voluntarios. El niño en edad nace carnalmente una vez. El niño, adulto, renovado por Cristo nace espiritualmente cuando lo confiesa como Señor y Salvador.

Nacido de nuevo, déjate llevar por el amor en cualquier decisión. Recibe el Evangelio con gozo. El odio no habita en ti. No hay resentimientos ni envidias. No hay avaricia. El pecado no reina en ti porque Cristo lo ha vencido por ti.

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