PRIMER DOMINGO DE COTIDIANO

 La circuncisión del corazón.

“Y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra” (Romanos 2:29)


El Señor es un Dios justo y por ello mantiene un pacto con su pueblo desde Adán. La señal del pacto con Abraham fue la circuncisión física de los varones de Israel. Esta señal física apuntaba a algo espiritual: la pertenencia al pueblo de Dios.

Del linaje de Abraham somos y jamás hemos sido esclavos de nadie (Juan 8:33) decían algunos en época de Jesús. Los fariseos confiaban en que la circuncisión que marcaba sus prepucios desde sus ocho días de vida les libraría del juicio de Dios. Hoy algunos que se tienen por cristianos gracias a su bautismo, nueva señal del pacto que ha venido a sustituir a la circuncisión, piensan que la ira de Dios no se acumula sobre sus cabezas. Ellos, los fariseos entonces y hoy otros cristianos, arrogándose seguridad en lo externo, despreciaban las verdaderas marcas de Dios: la circuncisión del corazón, en espíritu. Esta es la marca que llevan los verdaderos discípulos de Cristo.

Mas yo pregunto: ¿Qué significa la circuncisión del corazón? El circuncidado en espíritu ha visto renovada la otrora oscurecida, imagen de Dios en él. El circuncidado en el corazón ha sido regenerado, ha pasado de muerto a vivo. Ha sido hecho santo ante Dios y los hombres. ¿Cómo Dios ha realizado semejantes milagros en él?

A través de la humildad, la fe, la esperanza y, finalmente, por medio del amor.

¿Te tienes por bueno delante de Dios?¿crees que son rectos tus juicios y tus caminos?¿eres sabio en tu propia opinión? El humilde reconoce que nada bueno hay en él (Rom 7:18), que hace lo que no quiere porque el pecado mora en él (Rom 7:19) El humilde sabe que no es sino un pobre hombre enfermo que precisa urgentemente de un médico. No busca ya la aprobación de sus congéneres, sino que implora la aprobación de su Padre que habita en los cielos. Sabe que sin el Espíritu nada bueno puede hacer. Reconoce que necesita de un Salvador para que lo saque de tal oscuro y pesimista estado de perdición eterna. Se arrepiente de sus pecados y con corazón contrito clama: Señor, ven pronto que perezco.

He aquí cuando surge la Fe. Dios escucha las oraciones de los que le invocan (Salmo 145:18-19) y no desampara al necesitado. El Señor envía la fe al náufrago clamante y lo rescata de las turbulentas aguas del pecado. Una fe esta no como mero asentimiento intelectual de las verdades señaladas en la Escritura, sino como plena confianza en lo que no se ve, como certeza de lo que se espera (Hebreos 11:1) La confianza plena en que el Hijo se encarnó por ti, sufrió por ti, murió por amor a ti en la Cruz, resucitó por ti y ahora, a la diestra del Padre, media e intercede por ti como tu único abogado para que la muerte no tenga la última palabra en tu vida. El Espíritu Santo habita en el corazón de los que por fe confían en Cristo.

La confianza que Cristo te da al saber que Él es tu Salvador no puede sino concluir en esperanza. La esperanza es el gozo, la alegría de saber que tus pecados han sido borrados por la sangre del Cordero. El Espíritu de Cristo da testimonio a tu espíritu de que eres hijo de Dios (Rom 8:16) La muerte ya no se enseñorea sobre ti. Puedes soportar cualquier tribulación porque tienes la mirada puesta en el cielo.  Allí, donde la polilla y el orín no corrompen, tienes tu tesoro (Mateo 6:20) Sientes que tu vida ya no es la misma porque te estás uniendo a Dios, así como el Padre y el Hijo son uno.

Finalmente, el circunciso de corazón ama a Dios sobre todas las cosas y ama al prójimo a través del amor de Dios que reina en su corazón. Cualquier acción o pensamiento que realiza está motivado por un propósito: dar gloria a su Salvador. Huye de cualquier obra que no tenga por fin reflejar hacia los demás el amor de Dios que reside en su circuncidado corazón. Desea todo lo que le une más hacia su Señor. Conoce que el cumplimiento de la ley es el amor. Por eso su justicia es mayor que la de los fariseos (Mateo 5:20) y ya no solo sabe que no debe matar, sino que conoce perfectamente que si llama “necio” a su hermano (Mateo 5:22), está matando a su prójimo con la lengua. En la ley del Señor está su delicia y en ella medita día y noche (Salmo 1)

El circuncidado de corazón, en definitiva, ya no vive para sí, sino que Cristo vive en él y por eso cumple la voluntad de aquel que le salvó de las garras de la muerte. Esta es la marca que te hace estar en el libro de vida. Descansa en ella.

 

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