SEXTO DOMINGO DE COTIDIANO

 Saliendo de Babilonia para Jerusalén.

 


Isaías 48: 16-21.

Salid de Babilonia, huid de entre los caldeos; dad nuevas de esto con voz de alegría, publicadlo, llevadlo hasta lo postrero de la tierra; decid: Redimió Jehová a Jacob su siervo.

Los judíos que habitaban en el siglo VI a.C en el exilio habían hecho su vida en Babilonia, olvidando su país de origen. Acostumbrados a habitar entre caldeos, algunos se habían conformado con seguir su Ley mas olvidando las bendiciones que el Señor hizo para con ellos. La diestra de Dios creó los cielos. El Señor liberó a su pueblo de las garras de la esclavitud de Egipto por medio de su siervo Moisés. El Señor extendió su mano sobre Babilonia y la venció por medio del rey Ciro que dio libertad a los israelitas. Los judíos eran libres, libertados por Dios. Así de la misma manera que Dios escogió a Moisés y a Ciro para liberar físicamente a su pueblo, el Señor envió al Hijo y al Espíritu para liberar espiritualmente a su pueblo.

Vencidos los caldeos, en Jerusalén se estaba levantando un nuevo templo para dar culto a Dios, allí habitaría el Santo de Israel, mas a los judíos les costaba abandonar la cómoda ciudad en la que habían estado morando durante el último siglo.

Vencida la muerte en la Cruz del Calvario, se está construyendo un nuevo reino, el de Dios, donde el Señor habita en los corazones de aquellos que le temen, mas a los hijos de Dios les cuesta abandonar su cómodo estilo de vida. Ellos habitan como si Dios no existiera o fuera un mero actor secundario. ¿Cuántas veces oras al día?¿cuántas veces das gracias al Señor por haberte creado y haberte liberado? Cristo te dice: Sal de Babilonia, abandona tu pecado, acude a Jerusalén, acude a la nueva tierra y al nuevo cielo.

La comodidad de la vida fácil a veces te aparta del camino de Dios. La pereza espiritual hizo que muchos israelitas prefirieran su cómoda vida en Babilonia antes que aventurarse a retornar a la tierra de sus antepasados. La dureza del terreno, la destrucción y la desolación de aquellas tierras, otrora santas, desanimaban a muchos. Por ello, solo unos pocos retornaron, pese a las admoniciones del Deutero Isaías o la labor de Esdrás y Nehemías poco después.

Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan (Mateo 7:14) mas el camino de la perdición es ancho, dice el Señor. La pereza espiritual hace que el fuego del Espíritu vaya decayendo paulatinamente hasta su extinción. Mas Dios te grita: Sal de Babilonia, huye de la vida cómoda del pecado y proclama con gozo las bendiciones que has recibido del Señor.

Y es que Cristo, el mismo a través del cual el Padre creó el cielo y la tierra, el mismo a cuya imagen y semejanza fuiste creado, siendo igual a Dios, se vació a si mismo, haciéndose hombre para sentir en sus propias carnes la pesada carga de tu pecado. Jesús cumple el plan del Padre: ser abatido por tus transgresiones, ser hecho maldito por tus pecados, morir en la vil cruz en rescate de tu vida y finalmente, liberarte del aguijón de la muerte, resucitando al tercer día y ascendiendo a los cielos. Él envió al Espíritu para que habitara en tu corazón, nuevo templo donde mora la presencia viva del Señor.

No expulses al Señor de tu templo viviendo entre caldeos, rodeado de faltas. Acude a la Jerusalén celestial, a la anticipación del reino de Dios en la tierra: visible en la predicación de la pura Palabra de Dios y en la Santa Cena, al amor para con los demás, reflejo de la imagen de Cristo sellada en ti. Rompe las cadenas de la comodidad espiritual, atrévete a transitar la estrecha senda del Señor, a caminar hacia el Reino y a proclamar a los que te encuentres que son bienvenidos a acompañarte, de la mano de Cristo, hasta el lugar donde toda lágrima será enjuagada, donde la tierra será llena del conocimiento de Dios (Isaias 11), allí donde podrás beber del río limpio de agua de vida cuya fuente nace en el trono del Cordero y de Dios, donde la luz de su rostro resplandecerá sobre tu cara, cuya frente estará marcada con el nombre de tu Señor (Ap 22). Allí reinarás con el Cordero por la eternidad. Sal de Babilonia, ven a Jerusalén

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